martes, 18 de diciembre de 2012

A mí no me regañes





No me gustan nada las declaraciones de personajes que representan a una asociación, institución, grupo, colectivo, oenegé o partido y que basan todos sus argumentos en “regañar” a los demás. Sea cual sea la pregunta del periodista, la respuesta siempre es crítica o de censura hacia el resto de ciudadanos; nunca se efectúa mirando hacia dentro, valorando lo hecho para mejorar el servicio a la sociedad. 

Hace unos días leí una entrevista en la que un funcionario de carrera, que lleva 27 años seguidos presidiendo una entidad de usuarios o consumidores, torpedea con su censura a todos los sectores económicos, administrativos y sociales. Bueno, a casi todos: Ve mal cómo se desplazan los jóvenes universitarios al Campus, cómo se defienden los profesionales de la hostelería con los idiomas, los días de descanso en las pastelerías, que el comercio tradicional no se ponga las pilas, la pasividad municipal en sancionar a los bares, que el consumidor no posea conciencia crítica, que el ciudadano busque comprar barato sin mirar la etiqueta, que los colegios no enseñen consumo…. ¡Qué bárbaro…!  Pero entre tanta crítica no leí ni una palabra de autocrítica que, quizás, sería aconsejable cuando en este tipo de asociaciones siempre figuran los mismos y en sus asambleas los asistentes caben, si no en un taxi, sí en un microbús. De hecho, si no fuera por las subvenciones económicas de los ayuntamientos o de la Diputación Provincial, el cierre lo habrían echado ya hace tiempo porque cuotas, pocas.

Algo debe ocurrir cuando los españoles somos los más generosos del mundo en la ayuda social, en las aportaciones cuando hay catástrofes, en las donaciones de órganos, en donativos para mercadillos o rastrillos solidarios… y mantenemos las tasas de afiliación de las más bajas de Europa a sindicatos, asociaciones de consumidores o federaciones de usuarios. O no nos fiamos o vamos por libre en eso de la defensa del bien común. 

Los partidos de izquierda españoles, en cambio, siempre han tenido una estrategia muy clara y definida con los entes sociales, fundaciones o, como se llaman ahora, sin ánimo de lucro: formar una tela de araña integrada por mini asociaciones, entidades, clubes sociales, federaciones de asociaciones, unión de entidades o consorcios, todos ideológicamente afines, con los que aminorar o acentuar –según convenga- la censura o la alabanza social hacia un determinado asunto. De ahí los grandes silencios ante asuntos de interés general que claman al cielo y las críticas inmisericordes a “chuminás” campestres. ¿Ejemplos? En Almería, a manos llenas. Así que, esta gente, a mí que no me regañe.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Adiós, Canal Sí





En periodismo, no existe nada peor que la muerte de un profesional de la información. Pero si hay algo que se le asemeje es el cierre de un medio de comunicación. Esta semana, desgraciadamente, en Almería hemos tenido ambos casos. Primero, con la desaparición de una auténtica hemeroteca en vida, como era Diego Domínguez Herrero, y 48 horas más tarde con el anuncio del cierre de Canal Sí TV. 

La triste noticia la difundieron casi en directo, en el Facebook y Twitter, algunos de sus propios redactores, lo principales perjudicados. Principales, porque hay otros: los ciudadanos, que pierden un capitel del pilar de su libertad. Canal Sí cerró –casualidades- un 30 de noviembre, justo el mismo día que en 1998 se dejó de publicar el diario La Crónica. Entonces quedaron en la calle magníficos periodistas que se han tenido que buscar la vida en las profesiones más variopintas, pero con los dos cierres detecto en la sociedad almeriense idéntica apatía y desidia por quedarse sin un altavoz de sus problemas. Los de aquí somos así, ¡qué le vamos a hacer!, pero no deja de hervir la sangre que muy pocos sean quienes se entristecen cuando un medio de comunicación deja de sembrar libertad para los demás.

El germen de TV local que Maruja y su familia sembraron en Aguadulce con Teleponiente y que, más tarde, se convirtió en Canal Sí deparó un medio de comunicación serio y entregado a la provincia. Recuerdo que, en 1990, el que fuera concejal Antonio Fernández Sáez (DEP) recurrió a nuestra amistad porque la tele de Maruja no encontraba un periodista almeriense dispuesto a poner la cara en sus primeros informativos.

 El reto me gustó y aporté mi trabajo durante bastante tiempo; la escasez de medios y de recursos se suplía con la profesionalidad de sus trabajadores, algunos de los cuales han efectuado completo el recorrido vital del medio. 

Durante las últimas ocasiones en las que colaboré con ellos –por expreso deseo de su director, David Baños- ratifiqué desde dentro que se hacía una televisión de calidad y muy por encima del nivel profesional de otras provincias. Lamento mucho que ahora esos técnicos, periodistas o cámaras anden tristes por el varapalo profesional y preocupados por su incierto futuro laboral.
La crisis está arruinando nuestra profesión pero, compañeros de Canal Sí, mientras nos queden fuerzas tendremos que ampararnos en la esperanza y pelear con nuestra arma de lucha más contundente: la pluma.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Diego Domínguez




Nada más arrancar esta tarde el correo electrónico, saltó la triste noticia de la muerte del histórico periodista almeriense Diego Domínguez Herrero, a los 91 años de edad. Por cuestiones de edad no tuve la fortuna de trabajar junto a él en la misma redacción; Diego se jubiló en noviembre de 1983, cuando yo apenas llevaba un año en esta bendita profesión. 

No obstante, sí compartí con él muchos ratos de conversación, avalados al principio por la amistad que tenía con mi padre y, más tarde, por la complicidad de una misma vocación. Hablamos mucho, sobre todo en los meses previos a la publicación de mi libro sobre el 70º aniversario de la fundación de la Asociación de la Prensa, allá en el año 2001. 

Diego era un pozo de sabiduría local; conocía el carácter y los personajes de la provincia desde todos sus matices, por la versatilidad de su arte en escribir y en pintar. Él observó con perspicacia gran parte del siglo XX almeriense y lo plasmó en sus textos y en sus lienzos. Porque gracias al dibujo lo fichó “Yugo”, con apenas veinte años, de auxiliar de redacción y ganando 500 pesetas mensuales, del año 1942. 

Él, cuando evocaba aquellos años para contar anécdotas e historias para el libro, los refería como unos tiempos duros en lo laboral y social pero plenos en lo profesional. Domínguez, como todo periodista que se precie, evocaba las grandes fechas históricas de la provincia mediante su vinculación a otras de tipo personal, como la inmensa alegría por el nacimiento de sus dos primeros hijos Diego –DEP- y Manuel y la tremenda tristeza de la sociedad almeriense por la muerte de Celia Viñas, en 1954; o cómo su jubilación tuvo lugar el mismo día de la inauguración del Hospital Torrecárdenas, por el ministro Ernest Lluch.

Hoy el periodismo sufre una crisis de identidad y de precariedad, pero en la época de Domínguez en el “Yugo” los sueldos también eran escasos, las horas de redacción larguísimas y las necesidades primarias apremiaban, más que ahora. Todos desempeñaban su trabajo en una redacción minúscula que, al mismo tiempo, era la que integraba la diminuta pero activa Asociación de la Prensa de Almería. 

Cerca de cuarenta referencias a Diego Domínguez incluí en aquel volumen histórico sobre el periodismo en Almería, pero habría hecho falta otro libro –además del suyo "Pinceladas de una historia", editado en 2008- para recoger todo aquello que vio y vivió Diego Domínguez en la Almería de los años cuarenta, cincuenta, sesenta setenta, ochenta, noventa… 

A aquella generación de periodistas vocacionales de postguerra que integraron, junto con Diego Domínguez, Manuel Falces, José Antonio Caparrós, Manuel Soriano, José Valles, Manolo Román o Juan Martínez Martín la provincia les debe un recuerdo más cálido y entrañable. Gracias a ellos, miles de ciudadanos tuvieron acceso a un periódico provincial que, limitado por la escasez de recursos y la tijera de la censura, permitía a Almería estar conectada al mundo y a su propia realidad.

Hoy Diego Domínguez Herrero ha muerto y con él se marcha un trozo de la historia de Almería y del periodismo provincial. Descansa en paz.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Vanesa

Capullito, capullito/ del rosal de mi jardín. Eres toda una promesa/ pequeña Vanesa./ Me basta mirarte/ para ser feliz. Capullito que has nacido/ para alegrar mi jardín.
Así le canta el almeriense –y medalla de la provincia- Manolo Escobar a su hija, convirtiéndola en la Vanesa española más famosa. Irremediablemente, oyes a una madre llamar a su hija a grito pelao en la calle (“¡¡Vanesaaaa  ven pacá!!”) y te viene a la cabeza la chiquilla de Manolo Escobar. Vanesa es un nombre infrecuente entre las recién nacidas; creo que el Instituto Nacional de Estadística no lo contempla entre los cien más usados de España, a pesar de ser mucho más bonito que Iria, Ona o Malak  que, durante el año pasado, fueron usados para inscribir en el Registro Civil a más de seiscientas niñas. Vanesa, que viene de la literatura británica como una derivación de Esther, posee una potencia sonora que denota carácter; por eso, la Vanesa de Manolo Escobar es tan conocida: por su originalidad, singularidad y por la canción “Mi pequeña flor”, que desde 1979 canta el paisano.
Bueno, pues ya hay otra Vanesa más famosa que el “capullito/ del rosal de mi jardín”. Tú escribes “Vanesa” en el Google y saltan innumerables referencias a una concejala del Ayuntamiento de Almería, que así se llama. Medios digitales de toda España incluyen referencias a esta edil comunista de la capital. Y es una pena que no sean por sus magníficas aportaciones que ha realizado como concejala al bienestar social: creación de corredores escolares, ampliación de aceras para que circule su carrito de bebé,  exención de tasas para la caseta de feria de su partido, recuperar el primer viernes de feria… No. Vanesa es ahora famosa en la red por un asuntillo menor. Sólo porque, desde el Partido Popular, han desvelado que se marchó dos meses a Miami -donde su marido disfruta de una beca universitaria- pero siguió cobrando las nóminas municipales como si hubiera estado trabajando durante ese tiempo. Al parecer, Vanesa no asistió al Pleno Municipal del 5 de julio ni al del 17 de agosto; tampoco participó en la Feria de la capital, ni acudió al acto de “Los Coloraos” del 24 de agosto.
Yo, sinceramente, no había reparado por su ausencia en las fotos de los periódicos, pero verdad será cuando sus compañeros de Pleno lo denuncian. Además, no sé de qué se extrañan. Cuando Izquierda Unida la presentó como candidata destacó que entre sus aficiones estaba la de compartir el tiempo con su familia. Y la familia, para las de Izquierda Unida, se ve que es lo primero.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Del 14D al 14N

La primera gran huelga general que se celebró con la democracia, en el lejano 14 de Diciembre de 1988, la cubrí informativamente en la calle junto con líderes sindicalistas de la provincia y periodistas de otros medios (Abelardo Alzueta, amigo, DEP).
Aquella huelga general contra la reforma laboral de Manuel Chaves, ministro de Trabajo con Felipe González, sí que fue mayoritaria. A las doce de la noche, TVE –la única- dejó de emitir y durante el día cerraron sus puertas industrias, comercios y colegios. Ocho millones de personas, el 90% de la población activa de entonces, secundaron el paro. Los sindicatos apenas usaron sus comandos de piquetes “informativos” porque casi todo el mundo secundó el paro. Aquellos sindicalistas de los años ochenta, muchos de ellos mayores que padecieron la ilegalidad de sus siglas, eran dialogantes y respetuosos y valoraban más las convicciones ideológicas que los réditos personales. Cargados de razones, obtuvieron un gran éxito.
Del 14D al 14N, se han convocado en España siete u ocho huelgas generales que, por lo que yo veo, cada vez son arropadas por menos personas y con menos convicción por el resultado a obtener; eso sí, con más violencia, más silicona y más mala leche. Es muy difícil que en el país con la afiliación sindical más baja de Europa, los sindicalistas –la mayoría adormecidos por el calor del poder- logren sus objetivos. Sí, luego vendrá Pastrana y cía con la libreta colorá en la mano diciendo que fue un éxito y quienes no la secundaron unos fascistas. Pero el resto del año, esos fascistas están con el agua al cuello y su sindicato administrando subvenciones, liberando del trabajo a compañeros y manteniendo el negocio de la defensa del obrero. En honor a la verdad, aún quedan algunos solidarios y comprometidos con los demás, pero ya son una especie en vías de extinción.
Otro día comentaré mi experiencia con algunos nuevos sindicalistas. Quieren imponer a los demás ideas del XIX y para ellos sueldos del XXI. Por allí pululan, ociosos, en La Cañada. Cuando no están esquiando en Sierra Nevada, fotografían a los “compañeros” con voluntad propia con el único fin de “molestar”. Sujetos que, según sus doctrinas, los demás son negros o blancos, rubios o morenos, de Israel o de Palestina. No admiten matices… pero eso será otro día.
Hoy, con la huelga general del miércoles, me acuerdo de aquellos almerienses de hace un cuarto de siglo que en su sindicato no tenían ni para pagar el teléfono pero que usaban el diálogo, la razón y la modestia para exponer sus ideas a los demás. Esos sí que me gustaban.

jueves, 1 de noviembre de 2012

El CUANDO era niño, jugábamos al fútbol en la calle. No había polideportivos, ni "egos", ni campos de hierba artificial, ni tan siquiera abrían, fuera del horario escolar, las escuelas públicas para que los chiquillos disfrutáramos de sus limitadas y destartaladas instalaciones. Había que chutar al balón en la calle, aunque teníamos la ventaja de que aún viviendo a un minuto de la Puerta de Purchena apenas circulaban vehículos. Por eso, los partidos y las revanchas al fútbol callejero, usando como porterías el hueco que quedaba entre el retrovisor de un coche y la verja de una ventana, eran constantes. Éramos felices salvo cuando oíamos rugir alguna moto de los Municipales. Escuchar el sonido del viejo motor de las Ducatis de los guardias era la señal para acabar con el partido y salir corriendo, bien dispersos, hacia un lugar lejano y seguro. Al grito de "¡Que viene "El Cañaero"! todos salíamos zumbando, dándonos con los pies en el culo. Jugar en la calle, decían, estaba prohibido y para velar por el cumplimiento de esa ordenanza estaban los fornidos municipales provistos de moto, casco, seriedad, porra y sobre todo mala fama. Ahora creo que todo era una leyenda, porque jamás vi a policía alguno quitarle el balón a un niño, regañarle o llevárselo al cuartelillo. Pero, claro, sólo el grito de guerra asustaba al más pacífico. Un día les propuse a mis amigos un reto: si mientras jugábamos aparecía El Cañaero o cualquier otro compinche uniformado, nos sentaríamos en el bordillo de la acera con el balón entre las piernas para ver qué pasaba y si osaba bajarse de su moto ante nosotros, entonces sí; salir a toda velocidad en dirección contraria. Más chulos que un ocho, todos asumieron el reto, más por no rajarse ante el resto que por convicción propia. Efectivamente, el motorista asomó por la calle; nada más escuchar el primer pistonazo de la motanca volamos a sentarnos en el filo de la acera. Además, era él. Mis amigos estaban tan nerviosos como yo mientras veían la Ducati acercarse lentamente; alguno empezó a temblar y otros, para disimular, gritaba una y otra vez de carrerilla y cada vez con mayor fuerza la alineación del Barcelona que, ese año, había ganado la liga: "Sadurni Rife Gallego Torres Delacruz JuancarlosRechax AsensiCruyffSotilyMarcial". Teníamos el corazón en la boca y lo otro de corbata cuando, sentados en mitad de la calle, el temido municipal pasó a nuestra altura, frenó un poco, nos miró y conforme se marchaba decía en almeriense "niiiiiñooooooooooooooo". Hasta que desapareció. Aquello fue una fiesta. Gritos, aplausos, resoplidos y fama de vencedores. La valentía pudo con la mala fama.


El "Cañaero"



CUANDO era niño, jugábamos al fútbol en la calle. No había polideportivos, ni "egos", ni campos de hierba artificial, ni tan siquiera abrían, fuera del horario escolar, las escuelas públicas para que los chiquillos disfrutáramos de sus limitadas y destartaladas instalaciones. Había que chutar al balón en la calle, aunque teníamos la ventaja de que aún viviendo a un minuto de la Puerta de Purchena apenas circulaban vehículos. Por eso, los partidos y las revanchas al fútbol callejero, usando como porterías el hueco que quedaba entre el retrovisor de un coche y la verja de una ventana, eran constantes. Éramos felices salvo cuando oíamos rugir alguna moto de los Municipales. Escuchar el sonido del viejo motor de las Ducatis de los guardias era la señal para acabar con el partido y salir corriendo, bien dispersos, hacia un lugar lejano y seguro. Al grito de "¡Que viene "El Cañaero"! todos salíamos zumbando, dándonos con los pies en el culo. Jugar en la calle, decían, estaba prohibido y para velar por el cumplimiento de esa ordenanza estaban los fornidos municipales provistos de moto, casco, seriedad, porra y sobre todo mala fama. Ahora creo que todo era una leyenda, porque jamás vi a policía alguno quitarle el balón a un niño, regañarle o llevárselo al cuartelillo. Pero, claro, sólo el grito de guerra asustaba al más pacífico. Un día les propuse a mis amigos un reto: si mientras jugábamos aparecía El Cañaero o cualquier otro compinche uniformado, nos sentaríamos en el bordillo de la acera con el balón entre las piernas para ver qué pasaba y si osaba bajarse de su moto ante nosotros, entonces sí; salir a toda velocidad en dirección contraria. Más chulos que un ocho, todos asumieron el reto, más por no rajarse ante el resto que por convicción propia. 

Efectivamente, el motorista asomó por la calle; nada más escuchar el primer pistonazo de la motanca volamos a sentarnos en el filo de la acera. Además, era él. Mis amigos estaban tan nerviosos como yo mientras veían la Ducati acercarse lentamente; alguno empezó a temblar y otros, para disimular, gritaba una y otra vez de carrerilla y cada vez con mayor fuerza la alineación del Barcelona que, ese año, había ganado la liga: "Sadurni Rife Gallego Torres Delacruz JuancarlosRechax AsensiCruyffSotilyMarcial". Teníamos el corazón en la boca y lo otro de corbata cuando, sentados en mitad de la calle, el temido municipal pasó a nuestra altura, frenó un poco, nos miró y conforme se marchaba decía en almeriense "niiiiiñooooooooooooooo". Hasta que desapareció. Aquello fue una fiesta. Gritos, aplausos, resoplidos y fama de vencedores. La valentía pudo con la mala fama.

viernes, 26 de octubre de 2012

Páginas de recurso


Los periódicos siempre han tenido bajo la manga de la autopublicidad un as para resolver cualquier incidencia de última hora que impidiera llevar a tinta impresa una información. El retraso en la llegada de una noticia, la tardanza en la confirmación de una sospecha informativa o, simplemente, la lentitud de un redactor para llegar a tiempo a la hora de cierre, se solucionaba con la página de recurso. Se trata de publicidad del propio medio o de cuestiones vinculadas a ese diario que, para el lector normal, pasa inadvertida. En mi época de director de periódico teníamos varios modelos de estas páginas de recurso porque había que suplir la escasa velocidad de los medios técnicos de la época y la puntualidad en el horario en el que arrancaba la rotativa. Por eso, rara era la semana en la que no teníamos que insertar un anuncio propio porque esa foto esperada no llegó o el redactor deportivo de turno se dormía en los laureles intentando confirmar qué jugador botó el último córner del partido.
El caso es que esos recursos siguen estando presentes en la prensa, a pesar de la rapidez de las redes de fibra óptica en las redacciones y los medios digitales. Es simplemente vergonzoso que de las 192 páginas que los tres periódicos provinciales editan cada día, el 12,52% de su superficie esté dedicado a la autopublicidad. Es decir, de los 3,00 euros que abonaría un lector comprando las tres cabeceras, 37 céntimos se pagan por leer promociones del propio periódico. Porque esas páginas de emergencia de antaño para cubrir huecos de noticias que no llegaron son ahora auténticos bazares de venta de objetos o servicios. Es como si al jefe de sección de un periódico le dijeran que para ganarse su, seguro, ínfimo sueldo tuviera que irse al mercadillo del Alquián para vender latas, relojes o tacitas para el café.
Las páginas de recurso son asquerosamente comerciales; queda demostrado que ya no es la noticia la que vende, sino el pañuelo de fantasía, la película de video de vaqueros o la rasera de cocina y queda patente que el lector ya no es lector, sino consumidor. Hace poco casi me peleo con un chico que despachaba en una gasolinera porque quería cobrarme el diario, más 2,90 euros por un reloj que daba asco verlo y que por pantalones decía que me lo tenía que llevar. Y es que en eso han quedado los periódicos, como herramienta de papel para colocar al cliente objetos absurdos, casi inútiles y que, por el contrario, dejan a la editora más beneficios que el propio medio. Mal vamos así, prensa de papel.

domingo, 14 de octubre de 2012


Un tonto por el Cañarete


Circulaba en animada conversión por el Cañarete cuando, de repente, en la pronunciada curva que bordea el antiguo Hotel La Parra nos topamos con un tonto solitario. Era tonto porque a nadie se le ocurre ir andando por la derecha en una carretera tan transitada, haciendo aspavientos como si discutiera con alguien y ¡lo más peligroso! en dirección a la capital. Ese tramo del Cañarete es, por los caprichos de las delimitaciones municipales, de Enix por lo que el lerdo caminante aún no había entrado en la ciudad.

¡Menos mal!, porque oí en la radio que en Almería ya no cabía un tonto más. Lo declaró un concejal del Equipo de Gobierno del Ayuntamiento, por lo que será verdad. Por eso, como buen ciudadano, creí que era necesario alertar a los dirigentes municipales de que un tonto más osaba sumarse a los ya existentes. Descarté informarles mediante el Facebook porque les subes fotos denunciando chapuzas callejeras o delitos flagrantes y no te hacen caso; tampoco quise contactar con Alcaldía, porque si pides una cita para hablar con Luis Rogelio en enero, llega octubre y aún se lo están pensando.

Así que, discurriendo qué hacer o no hacer llegué, hasta la rotonda de Bayyana. No lo dudé: yo mismo le diré al ceporro andarín del riesgo que corría al llegar a una ciudad saturada de lerdos como él.

Nada más frenar en el arcén, se acercaron varias chicas casi desnudas pensando que ya tenían medio jornal asegurado. No sé que hacen esas muchachas ahí, a la intemperie, que no están en los cursos de manualidades que la Junta organiza para la reinserción social. Al comprobar que sólo queríamos aparcar, se marcharon refunfuñando en “rumañol”, el nuevo dialecto que los lingüistas han detectado entre los inmigrantes.

Al rato vimos al bobo caminante aparecer por el arcén; ahora, gruñía a los coches y hacía como si los lidiara con un pañuelo lleno de mugre que llevaba en la mano. No hay duda; era necio del todo. Así que decidimos explicarle en primera persona que la ciudad estaba llena de tarugos, que se diera media vuelta y se marchara a otra villa con menos mentecatos por metro cuadrado.

El cara a cara con él fue terrible; su mirada perdida, su pelambrera pegajosa y sus ropas impregnadas por el olor a sudor rancio otorgaban al zoquete un aspecto espeluznante.

-¿Dónde vas? ¿No sabes que en Almería no cabe un tonto más?

Y el tonto, sin hablar, sacó de entre sus andrajos un cuaderno azul mientras juntaba, a ritmo, las puntas de los dedos queriendo dar a entender que sí, que había muchos. Y, con asombro, leíamos la primera página de su libreta: “Proyecto para la celebración del I Congreso de Tontos. Ayuntamiento de Almería. Palacio del Toyo”.

Joder con el ceporro. Tonto, pero no tanto.

miércoles, 10 de octubre de 2012


“Quiero ser como Cebrián”

 
Uno de los primeros redactores-jefes que tuve quería ser como Juan Luis Cebrián. Lo que ocurría es que ni profesional ni literariamente este chico se aproximaba al, entonces, director de “El País”. Sí, ese diario progre-moderno-democrático que portaban, bajo el sobaco, todos los progres-modernos-democráticos que las mañanas de los domingos, en los años ochenta, salían de paseo en chándal y tenis. Si el fin de semana no te veían con “El País” es que eras facha. Así, al menos, le escuché decir a un fantástico socialista que llegó  a formar parte del Equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Almería, para asombro de sus vecinos y amigos, que –erróneamente, como es lógico- pensaban que era muy simpático y dicharachero, pero medio lerdo.

Bueno,  a lo que iba. Era tal la fijación de este jefecillo con el maestro Cebrián que, lejos de estar a su altura profesional, acallaba el gusanillo imitando en nuestro diario las secciones, diseños, recursos y buenas ideas que de vez en cuando salían publicadas en “El País”. Aquella inconsciencia de “quiero ser como Cebrián”, duró, como dice Sabina, lo que “duran dos peces de hielo en un güisqui “on the rocks”, y al poco tiempo el imitador fue puesto en la calle, dejándonos en paz con sus semejanzas, parecidos y anhelos.

Recuerdo esta anécdota porque esta semana se ha confirmado que el imitado, Juan Luis Cebrián, ha despedido al 30% de la plantilla de “El País” abonando 20 días de salario por año trabajado, ha prejubilado a los mayores de 59 años y al resto le ha bajado el sueldo un 15%. Mientras, él cobra 13 millones de euros anuales como presidente del grupo Prisa. Pero, no contento con semejante atrocidad laboral e injusticia salarial, antes de poner en la calle a 150 trabajadores les dijo que "No podían seguir viviendo tan bien". Es cierto que se trata de una empresa privada, pero al igual que “El País” era el modelo a imitar, ahora sus decisiones también deben ser observadas con lupa.

Es curioso, pero un cuarto de siglo después de aquel afán por imitar al hoy millonario Cebrián se cumple ese deseo de ser como él. Eso sí, en lo malo; en echar a los periodistas a la calle con cuatro duros mal contados. El periodismo, en Almería y en España, está padeciendo una situación insostenible por culpa de todos, incluido nosotros mismos. En los últimos días, compañeros de varios medios provinciales han sido enviados al paro, en algunos casos mediante una planificada cascada de despidos y en otras por los lógicos acoples de plantillas, derivados de la crisis económica heredada de ZP.

Es imprescindible una reconversión en el sector de la información en la que modifiquen sus conceptos los propios actores de la comunicación, desde el más humilde redactor hasta los empresarios periodísticos como Cebrián. Sólo así pararemos la locura en la que se ha convertido gestionar la noticia. Algo va mal para la libertad de expresión cuando las funciones de 4.000 periodistas despedidos han sido asumidas por otros profesionales que nada tienen que ver con el quehacer informativo. Si ese intrusismo hubiese sido en Medicina o en Derecho, las cárceles estarían llenas.

sábado, 6 de octubre de 2012


Doña Sofía, de nuevo, en una Almería inundada


La visita de la Reina Doña Sofía al Levante almeriense el 5 de octubre de 2012 para conocer en primera persona los desastres que dejó la tromba de agua de lluvia de hace una semana,  es la segunda de estas características en 39 años.

En 1973, siendo Princesa, Doña Sofía recorrió, junto a su marido el hoy Rey de España, la comarca almeriense del Levante, afectada muy gravemente por otras inundaciones que también ocurrieron en otoño. El viaje fue el domingo 21 de octubre de 1973 y en aquella ocasión, los Príncipes visitaron Albox y sobrevolaron el resto de la comarca, para comprobar los desperfectos que la gran riada había provocado en una amplia zona de la geografía provincial.

Casi cuatro décadas después el panorama es casi idéntico: desolación, daños estructurales, pérdidas en la agricultura, tal y como ocurrió el 19 de octubre de 1973 cuando Albox, Zurgena (que perdió el 50% de sus viviendas), Tíjola o Cuevas del Almanzora quedaron arrasadas por las aguas, al igual que gran parte de Adra.

La catástrofe se ha repetido y Doña Sofía vuelve a sobrevolar en helicóptero los mismos parajes que en la década de los setenta quedaron anegados. En aquel remoto 1973 acompañaron a la Princesa un sinfín de autoridades locales y nacionales, entre ellas los ministros de Agricultura, de Vivienda y de Relaciones Sindicales.

Recordemos que las inundaciones de 1973 afectaron –como las de 2012- a Almería, Málaga y Murcia, pero también las 36 horas de torrencial lluvia azotaron la costa granadina, donde hubo casi medio centenar de muertos.  En la provincia de Almería las inundaciones destrozaron las zonas habitadas y de cultivos de la cuenca del río Almanzora y de la desembocadura del río Adra. Se produjeron diez víctimas mortales en Zurgena, Vélez Rubio y Macael, así como varios heridos Además el agua ahogó a 8.000 animales de granja.

De aquella catástrofe se pudieron obtener conclusiones, mejoras estructurales, de infraestructura y resultados sociales, aunque los preventivos se han visto ahora como  muy insuficientes. Tras la riada, cómo no, la agricultura almeriense cambió de forma radical sus conceptos hasta plantear el actual modelo pionero en el mundo gracias, también, al vigoroso impulso crediticio que otorgó a los labradores afectados la recién nacida Caja Rural de Almería, hoy Cajamar.

14.230 días después, Doña Sofía vuelve a sobrevolar nuestra catástrofe.

martes, 2 de octubre de 2012


Profetas del “ya lo dije yo”

Por José Manuel Bretones



Tras el dolor y las lágrimas que las lluvias torrenciales del viernes 28 de septiembre trajeron al Levante almeriense, estoy repasando los periódicos locales de los días posteriores a otras catástrofes o situaciones de emergencia que se han vivido en la historia reciente de la provincia.

Después de inundaciones, riadas, temporales de viento, terremotos o derrumbes que se han cobrado vidas o han provocado en Almería pérdidas millonarias en bienes y haciendas, los diarios locales han publicado las lógicas reacciones oficiales y las valoraciones ciudadanas. Pues tras esas desgracias, siempre, han aparecido en sus páginas los “profetas del ya lo dije yo”; sujetos que con una autoestima insultante y sin pudor alguno predican sobre el barro del desastre y “recuerdan” que ya ellos adelantaron que lo que pasó iba a pasar.

Estos curiosos visionarios del pasado tenían hueco en la prensa local del siglo XIX, tras las inundaciones del 11 de septiembre de 1891, y han seguido copando espacio en el siglo XX. Ahora, con la tragedia reciente y el lodo de los pueblos del Levante aún por recoger, ya están saliendo estos “profetas del ya lo dije yo”. Sólo que en esta ocasión argumentan sus teorías pretéritas en un sinfín de normas, leyes y decretos de las administraciones local, central y autonómica para, como históricamente ha ocurrido, culpar del mal a los políticos y a los empresarios. No digo yo que unos y otros carezcan de responsabilidades en algunas cuestiones relacionadas con la prevención de las catástrofes, pero algo tendrá que ver también el resto de ciudadanos o administraciones…. También es verdad que, si fuera por algunos de estos profetas que llevan el ecologismo hasta la estupidez, los hombres vestiríamos todavía con taparrabos y nos colgaría una larguísima barba de color blanco.

En esta búsqueda en el papel prensa he encontrado, además, extrañas teorías matemáticas por las que, con las fechas de los desastres vividos en Almería sobre la mesa, afirman que cada 61 años la provincia vive un cataclismo meteorológico. El próximo debe ser en  el otoño del año 2073. Yo no es que quiera ser  como esos “profetas del ya lo dije yo”, pero supongo que para ese año no habrá aulas prefabricadas en los colegios, ya estará concluida la conexión a Málaga por autovía, las líneas de AVE con Madrid y Sevilla y, quizás, el soterramiento de las vías del tren. Dicho queda, porque, desde luego, no lo voy a ver.

domingo, 17 de junio de 2012

Platero


No, no me voy a referir al grupo de rock and roll vasco “Platero y tú” que,  a finales de los años ochenta, comenzó a tocar temas tan conocidos en su casa a la hora de comer como “Correos”, “Burrock'n'roll” o “Voy a acabar borracho”. Que va. El Platero del que hablaré tampoco es el burro peludo, suave y blando por fuera, que le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles y los higos morados, del que escribió Juan Ramón Jiménez.

Yo me refiero al “Platero” que hay en la calle Antonio Ledesma de Almería. Ése que cuando desciendes su cuestecilla para acceder a la puerta te embriaga con el agradable dulce olor de bebé recién limpito; el que te emociona con su galería pictórica especial, llena de diminutas obras de arte que evocan los cuadros más conocidos de Picasso o de Van Gogh; al que cuando pasas junto a sus ventanas escuchas, tras las cortinas, risas placenteras de niños y niñas de apenas unos cuentos meses.

Hablo del “Platero” que siempre sonríe, el de aroma de vainilla, de galleta María, de pinturas de manos, de colonia Nenuco, de cunitas con sonajeros, el que está lleno de babis de cuadritos recién planchados, de mochilas rojas colgadas con nombres manuscritos, de pececitos fabricados con platos de plástico que adornan el techo, de aulas de colores llenas de cositas, del patio que llaman “parque”… A ése me refiero.

Y lo hago porque han convocado a los padres de los chiquillos de tres años a la fiesta de graduación de su promoción, en la que habrá sorpresas y hasta entrega de una orla llena de fotos de caritas “para comérselas”. Acaban la “guarde” y los próximos cursos todos tendrán que estudiar en un colegio “de niños mayores”.  Miguel deja “Platero”, como ya hiciera José María hace tres años. Entraron casi sin dientes, con pañales minúsculos, sin saber hablar… y ahora compruebas que han aprendido a comer, a hacer pipí solos, a recitar poemillas de las estaciones o del Día del Libro, a cantar canciones o a identificar los colores en español e inglés; incluso ya manejan una apretada agenda de actos sociales con sus amigos.

La ilusionante vocación de todas las “seños” de Platero es, desde luego, admirable y ahora es el momento de reconocer sus cariñosos mimos cuando lloraban, sus pacientes cuidados mientras dormían, sus desvelos porque aprendieran, su afán diario y su empeño constante para que los niños, sobre todo, sobre todo, fueran felices. Y lo han conseguido. Gracias, “Platero”.