No me gustan nada las declaraciones de personajes que
representan a una asociación, institución, grupo, colectivo, oenegé o partido y
que basan todos sus argumentos en “regañar” a los demás. Sea cual sea la
pregunta del periodista, la respuesta siempre es crítica o de censura hacia el
resto de ciudadanos; nunca se efectúa mirando hacia dentro, valorando lo hecho
para mejorar el servicio a la sociedad.
Hace unos días leí una entrevista en la
que un funcionario de carrera, que lleva 27 años seguidos presidiendo una
entidad de usuarios o consumidores, torpedea con su censura a todos los
sectores económicos, administrativos y sociales. Bueno, a casi todos: Ve mal
cómo se desplazan los jóvenes universitarios al Campus, cómo se defienden los profesionales
de la hostelería con los idiomas, los días de descanso en las pastelerías, que
el comercio tradicional no se ponga las pilas, la pasividad municipal en
sancionar a los bares, que el consumidor no posea conciencia crítica, que el
ciudadano busque comprar barato sin mirar la etiqueta, que los colegios no
enseñen consumo…. ¡Qué bárbaro…! Pero entre tanta crítica no leí ni una palabra
de autocrítica que, quizás, sería aconsejable cuando en este tipo de asociaciones
siempre figuran los mismos y en sus asambleas los asistentes caben, si no en un
taxi, sí en un microbús. De hecho, si no fuera por las subvenciones económicas de
los ayuntamientos o de la Diputación Provincial, el cierre lo habrían echado ya
hace tiempo porque cuotas, pocas.
Algo debe ocurrir cuando los españoles somos los más
generosos del mundo en la ayuda social, en las aportaciones cuando hay
catástrofes, en las donaciones de órganos, en donativos para mercadillos o
rastrillos solidarios… y mantenemos las tasas de afiliación de las más bajas de
Europa a sindicatos, asociaciones de consumidores o federaciones de usuarios. O
no nos fiamos o vamos por libre en eso de la defensa del bien común.
Los partidos de izquierda españoles, en cambio, siempre han
tenido una estrategia muy clara y definida con los entes sociales, fundaciones
o, como se llaman ahora, sin ánimo de lucro: formar una tela de araña integrada
por mini asociaciones, entidades, clubes sociales, federaciones de
asociaciones, unión de entidades o consorcios, todos ideológicamente afines,
con los que aminorar o acentuar –según convenga- la censura o la alabanza
social hacia un determinado asunto. De ahí los grandes silencios ante asuntos de
interés general que claman al cielo y las críticas inmisericordes a “chuminás”
campestres. ¿Ejemplos? En Almería, a manos llenas. Así que, esta gente, a mí que
no me regañe.