domingo, 14 de octubre de 2012


Un tonto por el Cañarete


Circulaba en animada conversión por el Cañarete cuando, de repente, en la pronunciada curva que bordea el antiguo Hotel La Parra nos topamos con un tonto solitario. Era tonto porque a nadie se le ocurre ir andando por la derecha en una carretera tan transitada, haciendo aspavientos como si discutiera con alguien y ¡lo más peligroso! en dirección a la capital. Ese tramo del Cañarete es, por los caprichos de las delimitaciones municipales, de Enix por lo que el lerdo caminante aún no había entrado en la ciudad.

¡Menos mal!, porque oí en la radio que en Almería ya no cabía un tonto más. Lo declaró un concejal del Equipo de Gobierno del Ayuntamiento, por lo que será verdad. Por eso, como buen ciudadano, creí que era necesario alertar a los dirigentes municipales de que un tonto más osaba sumarse a los ya existentes. Descarté informarles mediante el Facebook porque les subes fotos denunciando chapuzas callejeras o delitos flagrantes y no te hacen caso; tampoco quise contactar con Alcaldía, porque si pides una cita para hablar con Luis Rogelio en enero, llega octubre y aún se lo están pensando.

Así que, discurriendo qué hacer o no hacer llegué, hasta la rotonda de Bayyana. No lo dudé: yo mismo le diré al ceporro andarín del riesgo que corría al llegar a una ciudad saturada de lerdos como él.

Nada más frenar en el arcén, se acercaron varias chicas casi desnudas pensando que ya tenían medio jornal asegurado. No sé que hacen esas muchachas ahí, a la intemperie, que no están en los cursos de manualidades que la Junta organiza para la reinserción social. Al comprobar que sólo queríamos aparcar, se marcharon refunfuñando en “rumañol”, el nuevo dialecto que los lingüistas han detectado entre los inmigrantes.

Al rato vimos al bobo caminante aparecer por el arcén; ahora, gruñía a los coches y hacía como si los lidiara con un pañuelo lleno de mugre que llevaba en la mano. No hay duda; era necio del todo. Así que decidimos explicarle en primera persona que la ciudad estaba llena de tarugos, que se diera media vuelta y se marchara a otra villa con menos mentecatos por metro cuadrado.

El cara a cara con él fue terrible; su mirada perdida, su pelambrera pegajosa y sus ropas impregnadas por el olor a sudor rancio otorgaban al zoquete un aspecto espeluznante.

-¿Dónde vas? ¿No sabes que en Almería no cabe un tonto más?

Y el tonto, sin hablar, sacó de entre sus andrajos un cuaderno azul mientras juntaba, a ritmo, las puntas de los dedos queriendo dar a entender que sí, que había muchos. Y, con asombro, leíamos la primera página de su libreta: “Proyecto para la celebración del I Congreso de Tontos. Ayuntamiento de Almería. Palacio del Toyo”.

Joder con el ceporro. Tonto, pero no tanto.

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