domingo, 17 de junio de 2012

Platero


No, no me voy a referir al grupo de rock and roll vasco “Platero y tú” que,  a finales de los años ochenta, comenzó a tocar temas tan conocidos en su casa a la hora de comer como “Correos”, “Burrock'n'roll” o “Voy a acabar borracho”. Que va. El Platero del que hablaré tampoco es el burro peludo, suave y blando por fuera, que le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles y los higos morados, del que escribió Juan Ramón Jiménez.

Yo me refiero al “Platero” que hay en la calle Antonio Ledesma de Almería. Ése que cuando desciendes su cuestecilla para acceder a la puerta te embriaga con el agradable dulce olor de bebé recién limpito; el que te emociona con su galería pictórica especial, llena de diminutas obras de arte que evocan los cuadros más conocidos de Picasso o de Van Gogh; al que cuando pasas junto a sus ventanas escuchas, tras las cortinas, risas placenteras de niños y niñas de apenas unos cuentos meses.

Hablo del “Platero” que siempre sonríe, el de aroma de vainilla, de galleta María, de pinturas de manos, de colonia Nenuco, de cunitas con sonajeros, el que está lleno de babis de cuadritos recién planchados, de mochilas rojas colgadas con nombres manuscritos, de pececitos fabricados con platos de plástico que adornan el techo, de aulas de colores llenas de cositas, del patio que llaman “parque”… A ése me refiero.

Y lo hago porque han convocado a los padres de los chiquillos de tres años a la fiesta de graduación de su promoción, en la que habrá sorpresas y hasta entrega de una orla llena de fotos de caritas “para comérselas”. Acaban la “guarde” y los próximos cursos todos tendrán que estudiar en un colegio “de niños mayores”.  Miguel deja “Platero”, como ya hiciera José María hace tres años. Entraron casi sin dientes, con pañales minúsculos, sin saber hablar… y ahora compruebas que han aprendido a comer, a hacer pipí solos, a recitar poemillas de las estaciones o del Día del Libro, a cantar canciones o a identificar los colores en español e inglés; incluso ya manejan una apretada agenda de actos sociales con sus amigos.

La ilusionante vocación de todas las “seños” de Platero es, desde luego, admirable y ahora es el momento de reconocer sus cariñosos mimos cuando lloraban, sus pacientes cuidados mientras dormían, sus desvelos porque aprendieran, su afán diario y su empeño constante para que los niños, sobre todo, sobre todo, fueran felices. Y lo han conseguido. Gracias, “Platero”.

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