jueves, 18 de diciembre de 2014

Anteayer



“No hay nada más viejo que el periódico de ayer”. Esta frase, en periodismo, siempre ha sido un lema, un reto, un argumento para trabajar con la actualidad pura y dura con el objetivo de ofrecer al lector la noticia, la opinión o la crónica más actualizada posible. 

Las limitaciones del periodismo en papel por las consabidas tareas de impresión, distribución y venta de los ejemplares en el kiosco frenan cualquier intento de actualizar la noticia más allá de la hora de cierre; por eso se ha perdido la maravillosa sección de “última hora” que mantenían muchos diarios. Cuando el ejemplar de papel es adquirido por el lector, aunque sea antes de la salida del sol, la última hora de media noche ya es algo añejo, viejo, pasado. El “Twitter”, “Facebook”, “Messenger” o “WhatsApp” han convertido los diarios tradicionales, ya, en soportes para crónicas de opinión, reflexiones y alguna que otra primicia, pero tal como está el patio en la profesión periodística, y más aún en Almería, sólo los buenos profesionales están dispuestos echar más horas que un reloj para publicar algo novedoso, más allá de la nota de prensa oficial predestinada al recorta y pega.

Recuerdo que, hace años, le cambié un titular al hoy “estrella” del periodismo deportivo de una cadena audiovisual porque en cuerpo cuarenta –es decir, en letra bien grande-colocó la palabra “ayer” para referirse a la crónica del partido de fútbol que había jugado y ganado el Polideportivo Almería. ¿A quién le puede interesar el tiempo cuando lo importante es el qué y el cómo del resultado? Hablar del ayer en periodismo es como referirse a los Reyes Católicos; al Cid Campeador, cuando no al hombre de Cromañón. Suena lejos, lejísimos. Escribir en negrita “ayer” es invitar al lector a que pase la página de forma abrupta o a que cierre el periódico definitivamente, lo doble y lo olvide en un rincón, aunque vaya por la página diez. Todo va tan rápido que, como decía Henry Ford, cuando aún pensamos en el mañana, ya se ha convertido en el “ayer”. 

Digo esto porque me ha sorprendido leer la palabra “anteayer” en un pie de foto publicado el lunes en la sección deportiva del diario “El Mundo”. Bajo una foto del entrenador de fútbol del Rayo Vallecano, el rotativo incluía su nombre –Paco Jémez- y fechaba la foto en un antiquísimo “anteayer”.  Mal rollo. Si hubiese sido una foto de su último partido como “míster”, vale; o si hubiese sido una instantánea de un partido histórico, pues también. Pero era de una jornada normal de Liga, con un resultado normal y todo habitual. No ya el ayer, sino el anteayer chirriaba al mirar el periódico.

jueves, 20 de noviembre de 2014

La moto de la suegra




Hay que ser lerdo para planificar el atraco a un supermercado y utilizar la moto de su suegra como vehículo de huida tras intentar cometer el delito; porque, ésa es otra, le faltó pericia para concluirlo.

Durante los años en los que dirigí el semanario de sucesos "El Caso" -desgraciadamente decapitado por su editor- llegaron a la redacción noticias de ladrones tontainas que se arriesgaban a años de cárcel por un botín ridículo, atracadores que olvidaban su DNI en el lugar de los hechos o aquellos otros que saludaban a la cámara de seguridad, en un irrefrenable afán narcisista. Recuerdo aquél que se pintarrajeó la cara con rotulador para ocultar sus rasgos y no ser identificado o a los siete alumnos de Manzanares del Real (Madrid) que se apropiaron de los restos de varios cadáveres. Un veterano de guerra, Sean Nelson, decidió hace veinte años robar un tanque Patton M-60, de 57 toneladas, como venganza porque su mujer lo había abandonado.

Aquí mismo, en Almería, unos salvajes arrancaron hace años aquellos bancos verdes de hierro con agujeros redondísimos del Parque viejo y, cuando los subían a un carrillo de mano, fueron sorprendidos por nuestro fotógrafo que inmortalizó el delito.

Hurtos raros cometidos por ladrones no menos peculiares habría como para escribir un libro, pero hasta ahora no había oído nada parecido al ladrón de tiendas que empleaba como vehículo el ciclomotor de su suegra.

El autor, multireincidente, sí parece algo chapuza, porque tapó la matrícula de la motillo con un trozo de cinta aislante negra y terminó abandonándola tras un derrape sobre el asfalto. Así se muestra en la fotografía que la Policía ha enviado a los medios de comunicación para informar de la resolución del caso que, visto lo visto, ignoro si fue por mérito de los agentes o por la torpeza del yerno motorizado.

Lo "gracioso" del caso es que, poco después de la detención del sujeto por el robo y de su suegra por cómplice, los dos fueron puestos en libertad y a disposición de la moto.

lunes, 10 de noviembre de 2014

El motocarro y el presidente

ERA una noche de noviembre cerrada; lúgubre y fría. Las fuertes lluvias habían destrozado innumerables canales de riego y sistemas agrícolas del Bajo Andarax cuando el entonces presidente de todos los andaluces viajaba en su coche oficial por la recta del Poniente. Era la encharcada Nacional 340, sin "a", porque no había autovía, ni luces, ni casi El Ejido, que se había desgajado de Dalías un rato antes. 

De repente, el chófer del vehículo oficial hizo un extraño movimiento, bien cegado por otro automóvil con las luces largas que venía de frente, o por la oscuridad de la noche. El caso es que el coche de Sevilla no frenó a tiempo y se estampó contra otro vehículo. El presidente, que viajaba en visita oficial, tuvo que asustarse no porque la colisión le causara algún daño físico, que no, sino porque después del golpetazo y su sobresalto comenzaron a volar y a chocar extraños objetos alargados sobre el techo, parabrisas, capó y el asfalto mismo, provocando un ensordecedor ruido parecido al pedrisco que viene del "Rincón de las Panochas". Al rato, cuando el presidente pudo salir del interior de su auto, pudo comprobar que había sufrido un accidente de tráfico al embestir a un motocarro cargado de judías verdes.

 El impacto fue menor por el escaso volumen del isocarro, pero aquella lluvia de hortalizas sobre su habitáculo tuvo que parecer larguísima, casi eterna. Era un 11 de noviembre de 1982; justo ahora se cumplen 32 años de aquel episodio enigmático del motocarro con las judías, que cambió la historia de nuestro pueblo: Gracias al pequeño vehículo de carga y a aquel presidente, que apenas llevaba tres meses en el cargo, se rompió el topicazo de que el agricultor almeriense metía el Mercedes último modelo en el invernadero para cargarlo de pepinos y tomates; se comprobó que la recta de El Ejido era muy peligrosa y, veinte años después, sus sucesores tuvieron a bien construir una autovía, inacabada, pero eternamente prometida; se confirmó que, aún con la lejanía, los altos cargos sevillanos sí se desplazaban a Almería y muy a pesar de las judías voladoras. 

Hace más de un tercio de siglo; aún no había nacido el 39,3% de los almerienses de hoy, pero aquel presidente ya nos prometía lo mismo de lo que ahora llena los programas electorales: una vía rápida a Málaga, un tren veloz, una sanidad sin listas de espera y una Almería integrada en Andalucía. Hoy, 11 de noviembre de2014, me acuerdo de aquel vehículo repleto de hortalizas y del coche del presidente que le embistió violentamente por detrás. Nunca Almería se ha parecido tanto a un motocarro cargado de judías.

martes, 4 de noviembre de 2014

117-64



No; no es el resultado de un partido de baloncesto. El 117 tampoco es el artículo de la Constitución Española que recoge que “la justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por jueces y magistrados”. No. Se trata de las dos cantidades en euros que los almerienses de la capital deben pagar al Ayuntamiento por la tasa de recogida de basura. Hay otras cifras en el caso de los locales y su tamaño; pero, vamos, los almerienses han mimetizado esos dos números como el último “impuesto” del año, aquel que llaman tasa y cubre los gastos por recoger la basura de la ciudad. 

No entro en valorar si es mucho, poco o suficiente para cubrir el servicio; el Ayuntamiento habrá hecho sus números. Lo que no comprendo es la diferencia tan abismal entre las dos cifras (117-64). La tasa se fundamenta en el IBI y como tal así se factura: dependiendo del lugar donde se encuentre el inmueble y su valor catastral. Será legal, pero no entiendo cómo una viuda que viva sola en un pisillo del centro histórico tenga que pagar el doble que una familia supernumerosa, con primos y sobrinos bajo el mismo techo, del extrarradio. Si la basura la generan las personas y no los inmuebles, lo lógico es que se pague por número de residentes en una vivienda, que para eso el Ayuntamiento tiene el padrón. Para las segundas residencias, una cuota fija.
La limpieza de la capital, como cada cuatro años, será uno de los temas claves de la campaña electoral que se avecina, con las consabidas acusaciones de suciedad y de inversión en maquinaria. Ya veo retratos de “alcaldables” junto a contenedores llenos de inmundicias y vecinos irritados porque su calle está muy sucia; o a presidentes de asociaciones vecinales anti PP quejándose porque el barrio está lleno de bolsas arrojadas sin piedad sobre la calzada. Vamos, veo, lo que llevo viendo en cada una de las elecciones municipales desde 1979.

El servicio de recogida ha cambiado, es verdad; quienes más pagan por la tasa ya no tienen los domingos en el Paseo los contenedores de quita y pon y aquellos silenciosos camiones de carga lateral se han sustituido por otros de carga trasera porque los contenedores son más chiquitillos. Y eso que los almerienses parece que tiramos, aún con la crisis, muchas cosas a la basura: 190 toneladas diarias, dicen las estadísticas. 
Los concejales saben de ésto más que yo, pero como contribuyente me enerva esa terrible diferencia de 117-64.

lunes, 27 de octubre de 2014

La placa de Comisiones



Que un alcalde de derechas presida un homenaje al sindicato de “izquierdas” Comisiones Obreras ya es noticia. En esos actos es donde se aprecie la verdadera estirpe democrática del político, acudiendo donde debe ir y siendo sus organizadores de cualquier tendencia ideológica. No pasa lo mismo al revés, porque es raro que alguien del amplio abanico que va desde el PSOE a Podemos permita, asista o presida un evento donde el homenajeado sea de derechas. Pero ha pasado siempre. 

Digo esto porque el presidente de la Corporación descubrió, en la Plaza Bendicho, una placa conmemorativa del 40º aniversario de la primera sede de CC.OO. en la capital. Aquello era una oficinilla sin teléfono, ni casi luz, en un viejo edificio descascarillado e infectado de humedad. Allí, junto a la Catedral y a una residencia de sacerdotes, los “cocos” abrieron su sede, aunque me cuesta fechar si fue en 1974 o en los albores de 1975. Lo hicieron bajo la apariencia de una empresa falsa “Economía de Almería” pero todo el mundo sabía que aquello era “otra cosa”. Lo que sí estoy seguro es que el rojiblanco letrero de madera al exterior, pillado con alambres al oxidado balcón de la vetusta casa del primer piso, se colocó muerto Franco. Aún recuerdo a los golfillos que bajaban del Cerrico San Cristóbal, empapados de sudor, para apedrear el nuevo letrero y comprobar si lo rompían antes que los otros golfillos que accedían del más allá de la calle La Reina.

La Plaza Bendicho, a finales de los setenta, era una batiburrillo de niños, de sindicalistas, de comunistas, de curas fascistas, de monaguillos con almas de cofrades  y de gentes que salían de la sacristía de la Catedral de casarse a hurtadillas y se metían en aquel sindicato para afiliarse. Desde la atalaya de la Imprenta Bretones, y con la candidez de no percatarte de vivir un momento histórico, yo veía salir de la sede de CC.OO. a muchos pescadores, albañiles, agricultores de la uva y pocas, muy pocas, mujeres.  Una vez –sería enero o febrero de 1976- llegaron, de improviso, diez o doce land rovers  de los grises, que aparcaron sobre los jardines, tomaron por asalto la plazoleta y echaron a los niños porque “buscaban a rojos”. Algún guantazo a los obreros se escaparía porque, días después, cuando los cafres de gris volvieron con sus porras un hombre joven, pero con las manos encallecidas y con más de un moratón en la cara, corrió desde la sede y se escondió, temblando como un flan, entre las máquinas de Pepe Bretones. Aquella cara de horror y el abrazo por haberle escondido, tranquilizado y sosegado sí que no se olvidan cuarenta años después.

viernes, 17 de octubre de 2014

Rajoy en Almería, 5.212 días después


Cuando en el año 2000 trabajaba en el área de comunicación de la Universidad de Almería y se organizaban cursos de verano de tronío, el entonces vicepresidente del Gobierno Mariano Rajoy se desplazó al Campus para ofrecer una conferencia a los alumnos almerienses.

Metidos en el complejo organizativo que cuesta traer a una ciudad como Almería a un vicepresidente de Gobierno, también es donde escuchas cosas, ves situaciones y confirmas sospechas, ya que la proximidad organizativa con el alto cargo deja una estela de irrefutables contradicciones y de futuros desalientos.
Aquel 10 de julio de 2000, hace ya catorce largos años, Mariano Rajoy ofreció a los estudiantes de la UAL una extraordinaria charla, digna de un discurso de investidura o de un “Honoris causa”, pero que en realidad era un curso de verano de altísimo nivel, dentro del ciclo “Periodistas del Mediterráneo”, que también gestionaba la Asociación de la Prensa de Almería. 

Ha venido dos veces desde entonces, pero ahora, Rajoy vuelve a Almería como presidente del Gobierno 5.212 días después. Mucho tiempo para comprobar que aquellos anhelos ciudadanos del inicio del milenio hoy son una tortuosa realidad, un doloroso puñal clavado donde más nos duele: el aislamiento, la falta de comunicaciones. Entonces, Rajoy aseguró que “el Gobierno hará todo lo posible para que el Euromed llegue a Almería en 2005”. Es más, prometió que habría respaldo presupuestario para la doble vía de alta velocidad con Murcia. De ese tren de alta velocidad que conectaría las provincias mediterráneas no queda ni el nombre y, por supuesto, no sólo no vino en el 2005 sino que en el 2014 los túneles por donde iba a transcurrir están tapiados. Una vergüenza. Es verdad que desde entonces ha pasado por la Presidencia del Gobierno Aznar, el innombrable ZP y el propio Rajoy y ninguno –con el inestimable y constante torpedeo de la Junta- ha sabido, o querido, ofrecer una solución a nuestras  demandas. España ha cambiado y Almería también, pero a peor:  sin conexión con autovía hasta Málaga, ni con la esperadísima autovía del Almanzora ni, está claro, con el tren de alta velocidad. Tenemos hasta menos ferrocarriles que hace catorce años, cuando un tal Álvarez Cascos era el ministro de Fomento. Así nos va, ya ven. 

En el año 2000, cuando aún se hablaba del puente de Rioja como un cuello de botella para el acceso a la capital, y el PSOE erosionaba al gobierno popular afirmando que con ellos el tren de alta velocidad estaría en la provincia en cinco años –luego ya se vio que tampoco-, la palabra clave que resumía nuestras ansias de estar conectados a gran velocidad era Euromed. Un término que, más tarde, los propios políticos locales se fueron encargando de diluirlo y arrinconarlo en sus discursos y declaraciones.  Con toda seguridad ahí está el eterno problema de nuestro aislamiento. La clase política provincial, excepto algún caso concreto, carece en Madrid y Sevilla del peso suficiente –por no llamarlo de otra forma más ordinaria- para exigir dineros destinados Almería.

 Desde hace siglos nuestros representantes han sido muy  obedientes con los suyos de arriba y si había que decir amén, se decía. La profesora María Dolores Jiménez lo refleja muy bien en su libro “Política de clientelas y cultura electoral en Almería (1903-1923). Claro que, en los ochenta, hubo diputados geniales que por la mañana votaban en el Congreso en contra de los intereses de Almería y por la tarde encabezaban una manifestación en la capital exigiendo lo contrario. 

Si miramos quienes estaban en las filas de autoridades cuando Rajoy vino hace 14 años comprobamos que, aún hoy, muchos rostros políticos siguen siendo los mismos, sólo envejecidos por el  estéril ir y venir defendiendo no se qué causa. Rajoy está en Almería como presidente del gobierno y debemos felicitarnos por ello. Lo que sería lamentable es que tuvieran que transcurrir otros 5.212 días para que los almerienses seamos como los ciudadanos de Cuenca, Puertollano, Tarragona, Lérida o Calatayud. Vamos, como los que tienen AVE. En 1916, en Almería se levantó un movimiento ciudadano contra el caciquismo y los cuneros; sería bueno repetirlo con las infraestructuras un siglo después.

martes, 7 de octubre de 2014

Richoly, al museo

LA decisión de trasladar el busto del Maestro Richoly al Museo de la Guitarra de la capital evidencia varios "almeriensismos", por llamar de alguna manera a las costumbres y manías de los ciudadanos de esta tierra. Por un lado, la orden municipal de retirarlo de la vía pública no es más que la continuada defensa de la autoridad local por mantener lo que es de todos, antes de que unos vándalos lo destruyan. Ya hubo casos precedentes como, por ejemplo, la estatua de John Lennon, que hubo que situarla frente a la cámara de vigilancia de un complejo hotelero tras los constantes destrozos sufridos. Esa diversión tan almeriense de arrasar con el patrimonio público que luce en las vías públicas ya le ha costado a los ciudadanos miles y miles de euros: Contenedores, señales, bancos, jardines, estatuas o fuentes. No hay plazoleta sin que estos salvajes arrasadores hayan hecho de las suyas. Hace poco, los bancos de piedra de la plaza Marqués de Heredia fueron literalmente destrozados con, digo yo, un martillo o un mazo, porque el mueble urbano quedó inservible. Digo yo que quien sale de su casa con un pico o con un martillo pilón para destrozar lo que encuentra por su camino es, además de un salvaje, un sujeto que no debe tener la cabeza precisamente bien amueblada. Pero, al margen de este almeriensismo demoledor, hay otro institucional. Sus responsables, posiblemente inmersos en la alta política, quizás olvidan pequeños detalles de las calles y plazas que podrían potenciarnos como ciudad: hay en monolitos, estatuas o placas que, o bien han sido sustraídas y nunca repuestas, o necesitan el complemento de saber qué hacen ahí. En la plaza Virgen del Mar se muere de risa el monolito homenaje a la madre sin que apenas los viejos sepan porqué se instauró; y si no, el dominico que hay justo enfrente que excepto la comunidad cercana pocos saben quién es. No digo ya de los cañones volatizados de la Plaza Vieja o del indalo de Conde Ofalia, que lo quitaron para un arreglillo y nadie sabe donde luce. Hablo de la estatua de la mujer de la Plaza San Sebastián (que podría ser un homenaje a las abuelas), de la placa hurtada del Paseo Marítimo y descubierta por los Reyes por su inauguración, de las dos figuras sin nombre que miran al Teatro Apolo desde el techo del aparcamiento, de tantas cosas que hay por ahí y nadie sabe qué representan. Habrá que tirar de presupuesto del Plan Urban para colocar una plaquilla. El Maestro Richoly, al menos, ha sido llevado a un lugar seguro y hasta lógico lejos del almeriensismo; del feroz.

martes, 30 de septiembre de 2014

Volver al "Franco Navarro"



Cuando en el 24 de agosto de 1976 se inauguró el actual campo municipal "Juan Rojas", los futbolistas de la UD Almería no habían nacido. Es más; sus padres casi ni se habrían conocido. Hace casi cuatro décadas, el Bilbao y la extinta A.D. Almería se enfrentaron en el partido inaugural, empatando a un gol, con tantos de Dani y Gregorio para los locales; por cierto el actual presidente de la Federación Española, Ángel Villar,  jugó eseencuentro. Las entradas se vendieron en los bares "Toresano", "Bahía de Palma" y "Manoli" a 700 pesetas la tribuna y 300 los fondos. Aquel acontecimiento hizo vibrar a la adormecida capital, ya que por fin contaba con un campo de césped y de un recinto con el que obtener mayores logros futbolísticos que los famosos "7 minutos en Segunda División" de 1974 contra el Córdoba. Además, se contaba con una afición ruidosa, entregada y defensora de la AD que, con participaciones de mil duros, contribuyó a la construcción del campo, bautizado con el nombre de "Franco Navarro", impulsor del proyecto.
Ahora, la UD Almería ha regresado, por obligación, al mítico campo porque tenía la necesidad de entrenar. Y, paradógicamente, ocurre cuando el equipo presumía de contar, en el "Estadio de los Juegos Mediterráneos" con el mejor césped de Europa. Una alfombra, vamos. Y es verdad, pero allí, porque el campo anexo es un patatal indigno. Suele pasar en Almería, que no cuidamos lo que tenemos y al mismo tiempo envidiamos al foráneo por gozar de instalaciones curiosas y conservadas. Sólo hay que ver el reportaje se Pablo Laynez en Diario de Almería "El Cortijo del Fraile futbolero" sobre el "Juan Rojas" para ratificar lo dicho.
Pero está bien volver al campo donde el Almería cosechó aquellos primeros éxitos deportivos en la división de honor, donde ningún equipo, en la primera temporada ya fuera grande o más que un club, consiguió ganar. Pero también está perfecto volver para recobrar la memoria y evidenciar lo que pasó después: las cuatro grandes "d" del mal de nuestros fútbol: descensos, deudas, desaparición del club y división de los equipos almerienses, entre el Poli y el CF.
Hace unos días, en la tertulia de Jordi Folqué, en la Cadena Cope, debatían porqué hace 34 años la gente llenaba el "Franco Navarro" (otra cosa es que pagara todo el mundo) con ilusión y ganas de ver fútbol y hoy difícilmente se congregan doce mil personas para ver a la UDA. Aquí, realmente, aficionados que vayan a ver al equipo representativo no hay más de seis mil; el resto se suman dependiendo de la trayectoria en la clasificación. Y no hay más. Por éso, es bueno volver de vez en cuando al campo primitivo para recordar la historia. Y para que no se repita.


José Manuel Bretones.
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El autobús te transforma


El humo negro del tubo de escape del coche evidenciaba que el desguace sería su próxima y definitiva parada. ¿Y ahora...? Con algo más de un euro en el bolsillo, no cabían dudas: el autobús. Al subir, la sonrisa del conductor me impactó, acostumbrado a ver otros rostros cariacontecidos, somnolientos y malhumorados tras las ventanillas de los automovilistas esperando el verde. Y, allí, sentado junto a almerienses que jamás me habría cruzado con ellos comencé a contemplar la ciudad desde otra perspectiva: solares que creía abandonados son, en realidad, fértiles huertas; las calles se antojan más rectas y sus calzadas más limpias; incluso comprobé que la capital está llena de señales indicadoras que, al volante, jamás ves; hasta los peatones son personas que aman y ríen y no idiotas que se cruzan justo cuando tu circulas en coche. El autobús no sólo te lleva; también te transforma.


Primer premio del concurso de microrrelatos del Ayto de Almería