El humo negro del tubo de escape del coche evidenciaba que el desguace sería su próxima y definitiva parada. ¿Y ahora...? Con algo más de un euro en el bolsillo, no cabían dudas: el autobús. Al subir, la sonrisa del conductor me impactó, acostumbrado a ver otros rostros cariacontecidos, somnolientos y malhumorados tras las ventanillas de los automovilistas esperando el verde. Y, allí, sentado junto a almerienses que jamás me habría cruzado con ellos comencé a contemplar la ciudad desde otra perspectiva: solares que creía abandonados son, en realidad, fértiles huertas; las calles se antojan más rectas y sus calzadas más limpias; incluso comprobé que la capital está llena de señales indicadoras que, al volante, jamás ves; hasta los peatones son personas que aman y ríen y no idiotas que se cruzan justo cuando tu circulas en coche. El autobús no sólo te lleva; también te transforma.
Primer premio del concurso de microrrelatos del Ayto de Almería
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