lunes, 27 de octubre de 2014

La placa de Comisiones



Que un alcalde de derechas presida un homenaje al sindicato de “izquierdas” Comisiones Obreras ya es noticia. En esos actos es donde se aprecie la verdadera estirpe democrática del político, acudiendo donde debe ir y siendo sus organizadores de cualquier tendencia ideológica. No pasa lo mismo al revés, porque es raro que alguien del amplio abanico que va desde el PSOE a Podemos permita, asista o presida un evento donde el homenajeado sea de derechas. Pero ha pasado siempre. 

Digo esto porque el presidente de la Corporación descubrió, en la Plaza Bendicho, una placa conmemorativa del 40º aniversario de la primera sede de CC.OO. en la capital. Aquello era una oficinilla sin teléfono, ni casi luz, en un viejo edificio descascarillado e infectado de humedad. Allí, junto a la Catedral y a una residencia de sacerdotes, los “cocos” abrieron su sede, aunque me cuesta fechar si fue en 1974 o en los albores de 1975. Lo hicieron bajo la apariencia de una empresa falsa “Economía de Almería” pero todo el mundo sabía que aquello era “otra cosa”. Lo que sí estoy seguro es que el rojiblanco letrero de madera al exterior, pillado con alambres al oxidado balcón de la vetusta casa del primer piso, se colocó muerto Franco. Aún recuerdo a los golfillos que bajaban del Cerrico San Cristóbal, empapados de sudor, para apedrear el nuevo letrero y comprobar si lo rompían antes que los otros golfillos que accedían del más allá de la calle La Reina.

La Plaza Bendicho, a finales de los setenta, era una batiburrillo de niños, de sindicalistas, de comunistas, de curas fascistas, de monaguillos con almas de cofrades  y de gentes que salían de la sacristía de la Catedral de casarse a hurtadillas y se metían en aquel sindicato para afiliarse. Desde la atalaya de la Imprenta Bretones, y con la candidez de no percatarte de vivir un momento histórico, yo veía salir de la sede de CC.OO. a muchos pescadores, albañiles, agricultores de la uva y pocas, muy pocas, mujeres.  Una vez –sería enero o febrero de 1976- llegaron, de improviso, diez o doce land rovers  de los grises, que aparcaron sobre los jardines, tomaron por asalto la plazoleta y echaron a los niños porque “buscaban a rojos”. Algún guantazo a los obreros se escaparía porque, días después, cuando los cafres de gris volvieron con sus porras un hombre joven, pero con las manos encallecidas y con más de un moratón en la cara, corrió desde la sede y se escondió, temblando como un flan, entre las máquinas de Pepe Bretones. Aquella cara de horror y el abrazo por haberle escondido, tranquilizado y sosegado sí que no se olvidan cuarenta años después.

1 comentario:

  1. Un solo Apunte, José Manuel. Que un alcalde demócrata vaya al homenaje de quienes pelearon en la dictadura por el advenimiento de la democracia es lo mínimo que se puede pedir. Que quienes están en los movimientos o partidos que en su día sufrieron la represión no acudan a los homenajes de los que estaban con los opresores, es lo mínimo que pueden hacer.

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