martes, 7 de octubre de 2014
Richoly, al museo
LA decisión de trasladar el busto del Maestro Richoly al Museo de la Guitarra de la capital evidencia varios "almeriensismos", por llamar de alguna manera a las costumbres y manías de los ciudadanos de esta tierra. Por un lado, la orden municipal de retirarlo de la vía pública no es más que la continuada defensa de la autoridad local por mantener lo que es de todos, antes de que unos vándalos lo destruyan. Ya hubo casos precedentes como, por ejemplo, la estatua de John Lennon, que hubo que situarla frente a la cámara de vigilancia de un complejo hotelero tras los constantes destrozos sufridos. Esa diversión tan almeriense de arrasar con el patrimonio público que luce en las vías públicas ya le ha costado a los ciudadanos miles y miles de euros: Contenedores, señales, bancos, jardines, estatuas o fuentes. No hay plazoleta sin que estos salvajes arrasadores hayan hecho de las suyas. Hace poco, los bancos de piedra de la plaza Marqués de Heredia fueron literalmente destrozados con, digo yo, un martillo o un mazo, porque el mueble urbano quedó inservible. Digo yo que quien sale de su casa con un pico o con un martillo pilón para destrozar lo que encuentra por su camino es, además de un salvaje, un sujeto que no debe tener la cabeza precisamente bien amueblada. Pero, al margen de este almeriensismo demoledor, hay otro institucional. Sus responsables, posiblemente inmersos en la alta política, quizás olvidan pequeños detalles de las calles y plazas que podrían potenciarnos como ciudad: hay en monolitos, estatuas o placas que, o bien han sido sustraídas y nunca repuestas, o necesitan el complemento de saber qué hacen ahí. En la plaza Virgen del Mar se muere de risa el monolito homenaje a la madre sin que apenas los viejos sepan porqué se instauró; y si no, el dominico que hay justo enfrente que excepto la comunidad cercana pocos saben quién es. No digo ya de los cañones volatizados de la Plaza Vieja o del indalo de Conde Ofalia, que lo quitaron para un arreglillo y nadie sabe donde luce. Hablo de la estatua de la mujer de la Plaza San Sebastián (que podría ser un homenaje a las abuelas), de la placa hurtada del Paseo Marítimo y descubierta por los Reyes por su inauguración, de las dos figuras sin nombre que miran al Teatro Apolo desde el techo del aparcamiento, de tantas cosas que hay por ahí y nadie sabe qué representan. Habrá que tirar de presupuesto del Plan Urban para colocar una plaquilla. El Maestro Richoly, al menos, ha sido llevado a un lugar seguro y hasta lógico lejos del almeriensismo; del feroz.
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