jueves, 26 de febrero de 2015

Santi, el alcalde del pueblo

Conocí a Santiago Martínez Cabrejas en el verano de 1982, cuando la primera legislatura democrática municipal tocaba a su fin. El alcalde lidiaba, desde 1979, con una Corporación muy peculiar y demasiado heterogénea. Junto con ediles de UCD, del Partido Comunista, del PCE  o del PA él y su PSOE obtuvieron el gran éxito de poner las cosas en orden en un Ayuntamiento desorganizado, donde antes se había gestionado mirando sólo los intereses personales y en una ciudad descuidada por la Administración central. Recuerdo que, tras el pregón de aquella feria del 82, pronunciado por José Luis Ortiz Nuevo en la Plaza Vieja, Santiago confesó a los periodistas que sería el último año con la feria en Oliveros porque él prometía que pronto un nuevo y moderno recinto ferial se construiría detrás de la Térmica (lo que hoy es el Parque de las Familias). Ese “pronto”, como lo expuesto por todos los políticos de los ochenta, había que ponerlo en cuarentena y quitarle la subjetividad de la promesa electoral porque, si bien es cierto que la feria terminó yendo allí, costó mucho sufrimiento y largos años de desesperante espera.

No obstante, Martínez Cabrejas tenía la virtud de su credibilidad y su apego al pueblo. Cuando en la legislatura de 1983-87 gobernaba la ciudad con 18 de los 27 ediles –como ahora Luis Rogelio- Santiago recibía en su despacho a gentes de los barrios que llegaban al Ayuntamiento en chancletas y bata guateá para explicarle que carecían de agua, luz o recogida de basura.  “Díle a Santi –argumentaban los vecinos al municipal de la puerta- que soy fulanito de tal, que jugaba con él en el Plus Ultra; si sabe quién soy…”. Y sabiéndolo, o no, el alcalde atendía en su despacho a quien llegara con alguna queja. No se cómo lo hacía pero cuando cuatro o cinco años después el vecino regresaba al Ayuntamiento reclamando las mismas mejoras, volvía a salir del despacho con una sonrisa de oreja a oreja y convencido de que Santi atendería, o escucharía, su súplica. Por eso, creo, que gobernó Almería siempre que se presentó como candidato. Cuando había una situación adversa se paseaba por los barrios y volvía a la Plaza Vieja con el control de la situación y con los vítores frescos en los oídos.  

Pese a cubrir la información municipal durante muchos años, no pude hacerle tantas entrevistas como me hubiese gustado. El tono crítico de mi periódico no era bien recibido en el equipo de gobierno socialista y muchos de sus ediles, no él, ponían demasiadas trabas al derecho de la información. No obstante, a finales de los ochenta, tomando algo en el desaparecido “Café El Paso” de la calle Mariana me confesó que él nunca negociaba con los vecinos cuando éstos llegaban al Ayuntamiento avalados por intransigencia y que ese acercamiento con la gente era “un patrimonio personal que cedía al servicio de la ciudad”.

Santiago fue alcalde después de tres elecciones municipales consecutivas, pero el destino quiso que en Junio de 1999 repitiera como Presidente de Corporación. Hubo una muy buena campaña de comunicación, donde el resto de candidatos del PSOE (Juan Rojas, Martínez Soler, Naveros…), se presentaban como “soy del equipo de Santiago”. El marketing, por fin, sacó rédito de su comunión con el pueblo; más aún, cuando en la recta final de la campaña se acentuó su imagen de honorabilidad al reconocer que, pese a haber sido alcalde tanto años, pagaba tasas municipales con recargo “porque no tenía dinero”.

Ahora, muchos dirán que fue el alcalde de la Transición; es verdad, pero también fue el primero del siglo XXI gracias a los pactos con Izquierda Unida, que arrebataron a Juan Megino sus opciones. En esa campaña electoral tan igualada tuve la suerte de moderar el único debate televisado en directo entre los “alcaldables” del PP, PSOE e IU. Meses después, me confesó que obtuvo la Alcaldía en parte gracias a  ese debate, en el que venció por “presentarse sin nada que perder y sin la altivez de los contrincantes”.

Santiago Martínez Cabrejas, el futbolista, el hijo del barrio de la Plaza de Toros, abogado laboralista y alcalde ha muerto. Descanse en paz.

martes, 17 de febrero de 2015

Buitres sobre el cañillo

POCO, siendo generoso en la definición, se ha comentado sobre la decisión de la Junta de Andalucía de vender cinco edificios públicos de Almería a un fondo de inversores extranjeros. La operación se enmarcó en un contrato general que incluía la venta de setenta edificios públicos de la región por 300 millones de euros; al mismo tiempo, la administración andaluza se comprometía a pagar 23,6 millones por utilizar esos mismos inmuebles como inquilino.

 Esa fórmula de venta y arrendamiento simultáneo, -lo que los finos llaman "sale and leaseback"- se ha producido, precisamente, cuando el gobierno andaluz está sustentando por la coalición Izquierda Unida que, si no ha cambiado, despreciaba lo privado buscando la propiedad pública de los bienes sociales. Pues no he oído a ningún figurante de izquierdas salir a la calle a reclamar lo público, entregado por los suyos en bandeja a uno de esos "fondos buitre." 

Si, por poner un ejemplo, la venta hubiese sido para impulsar la obra del timo del hospital materno-infantil de Almería o para terminar con las aulas prefabricadas de los colegios, quizá tendría alguna explicación razonable. Pero no. Ha sido, simplemente, para obtener liquidez inmediata y para ello, presta y rápida, la gestora de fondos W.P.Carey ha puesto los 300 millones sobre la mesita de Susana. A cambio, la propiedad. Una migaja para una sociedad que tiene invertidos 18.000 millones de dólares por todo el planeta. 

Desde hace unos días, varios inmuebles de la administración no son propiedad de todos los almerienses, sino de unos señores que, posiblemente, ni saben ni les importa dónde está Almería y qué necesidades tenemos. Esa es la autonomía en la que nos metieron: gestionan desde Sevilla con la complicidad de nuestra singular apatía y almeriensismo. Y son, además, inmuebles señeros de la capital: la delegación de Salud de la Carretera de Ronda, la delegación de Servicios Sociales que hay frente a la Iglesia de Santiago en la calle de las Tiendas o las nuevas dependencias de Hacienda de la calle Martínez Campos donde, hace cuatro días, la Junta se gastó un pastón en construirla. La indolencia almeriense ante hechos así duele, pero aún más cuando quieren venderte el hurto público como "un uso dinámico del patrimonio de la administración". ¡Tóma!. A este paso, veremos planear buitres sobre el cañillo de la Puerta Purchena y diremos: "Cúcha que pájaros más bonicos; vamos a darle de comé".

jueves, 18 de diciembre de 2014

Anteayer



“No hay nada más viejo que el periódico de ayer”. Esta frase, en periodismo, siempre ha sido un lema, un reto, un argumento para trabajar con la actualidad pura y dura con el objetivo de ofrecer al lector la noticia, la opinión o la crónica más actualizada posible. 

Las limitaciones del periodismo en papel por las consabidas tareas de impresión, distribución y venta de los ejemplares en el kiosco frenan cualquier intento de actualizar la noticia más allá de la hora de cierre; por eso se ha perdido la maravillosa sección de “última hora” que mantenían muchos diarios. Cuando el ejemplar de papel es adquirido por el lector, aunque sea antes de la salida del sol, la última hora de media noche ya es algo añejo, viejo, pasado. El “Twitter”, “Facebook”, “Messenger” o “WhatsApp” han convertido los diarios tradicionales, ya, en soportes para crónicas de opinión, reflexiones y alguna que otra primicia, pero tal como está el patio en la profesión periodística, y más aún en Almería, sólo los buenos profesionales están dispuestos echar más horas que un reloj para publicar algo novedoso, más allá de la nota de prensa oficial predestinada al recorta y pega.

Recuerdo que, hace años, le cambié un titular al hoy “estrella” del periodismo deportivo de una cadena audiovisual porque en cuerpo cuarenta –es decir, en letra bien grande-colocó la palabra “ayer” para referirse a la crónica del partido de fútbol que había jugado y ganado el Polideportivo Almería. ¿A quién le puede interesar el tiempo cuando lo importante es el qué y el cómo del resultado? Hablar del ayer en periodismo es como referirse a los Reyes Católicos; al Cid Campeador, cuando no al hombre de Cromañón. Suena lejos, lejísimos. Escribir en negrita “ayer” es invitar al lector a que pase la página de forma abrupta o a que cierre el periódico definitivamente, lo doble y lo olvide en un rincón, aunque vaya por la página diez. Todo va tan rápido que, como decía Henry Ford, cuando aún pensamos en el mañana, ya se ha convertido en el “ayer”. 

Digo esto porque me ha sorprendido leer la palabra “anteayer” en un pie de foto publicado el lunes en la sección deportiva del diario “El Mundo”. Bajo una foto del entrenador de fútbol del Rayo Vallecano, el rotativo incluía su nombre –Paco Jémez- y fechaba la foto en un antiquísimo “anteayer”.  Mal rollo. Si hubiese sido una foto de su último partido como “míster”, vale; o si hubiese sido una instantánea de un partido histórico, pues también. Pero era de una jornada normal de Liga, con un resultado normal y todo habitual. No ya el ayer, sino el anteayer chirriaba al mirar el periódico.

jueves, 20 de noviembre de 2014

La moto de la suegra




Hay que ser lerdo para planificar el atraco a un supermercado y utilizar la moto de su suegra como vehículo de huida tras intentar cometer el delito; porque, ésa es otra, le faltó pericia para concluirlo.

Durante los años en los que dirigí el semanario de sucesos "El Caso" -desgraciadamente decapitado por su editor- llegaron a la redacción noticias de ladrones tontainas que se arriesgaban a años de cárcel por un botín ridículo, atracadores que olvidaban su DNI en el lugar de los hechos o aquellos otros que saludaban a la cámara de seguridad, en un irrefrenable afán narcisista. Recuerdo aquél que se pintarrajeó la cara con rotulador para ocultar sus rasgos y no ser identificado o a los siete alumnos de Manzanares del Real (Madrid) que se apropiaron de los restos de varios cadáveres. Un veterano de guerra, Sean Nelson, decidió hace veinte años robar un tanque Patton M-60, de 57 toneladas, como venganza porque su mujer lo había abandonado.

Aquí mismo, en Almería, unos salvajes arrancaron hace años aquellos bancos verdes de hierro con agujeros redondísimos del Parque viejo y, cuando los subían a un carrillo de mano, fueron sorprendidos por nuestro fotógrafo que inmortalizó el delito.

Hurtos raros cometidos por ladrones no menos peculiares habría como para escribir un libro, pero hasta ahora no había oído nada parecido al ladrón de tiendas que empleaba como vehículo el ciclomotor de su suegra.

El autor, multireincidente, sí parece algo chapuza, porque tapó la matrícula de la motillo con un trozo de cinta aislante negra y terminó abandonándola tras un derrape sobre el asfalto. Así se muestra en la fotografía que la Policía ha enviado a los medios de comunicación para informar de la resolución del caso que, visto lo visto, ignoro si fue por mérito de los agentes o por la torpeza del yerno motorizado.

Lo "gracioso" del caso es que, poco después de la detención del sujeto por el robo y de su suegra por cómplice, los dos fueron puestos en libertad y a disposición de la moto.

lunes, 10 de noviembre de 2014

El motocarro y el presidente

ERA una noche de noviembre cerrada; lúgubre y fría. Las fuertes lluvias habían destrozado innumerables canales de riego y sistemas agrícolas del Bajo Andarax cuando el entonces presidente de todos los andaluces viajaba en su coche oficial por la recta del Poniente. Era la encharcada Nacional 340, sin "a", porque no había autovía, ni luces, ni casi El Ejido, que se había desgajado de Dalías un rato antes. 

De repente, el chófer del vehículo oficial hizo un extraño movimiento, bien cegado por otro automóvil con las luces largas que venía de frente, o por la oscuridad de la noche. El caso es que el coche de Sevilla no frenó a tiempo y se estampó contra otro vehículo. El presidente, que viajaba en visita oficial, tuvo que asustarse no porque la colisión le causara algún daño físico, que no, sino porque después del golpetazo y su sobresalto comenzaron a volar y a chocar extraños objetos alargados sobre el techo, parabrisas, capó y el asfalto mismo, provocando un ensordecedor ruido parecido al pedrisco que viene del "Rincón de las Panochas". Al rato, cuando el presidente pudo salir del interior de su auto, pudo comprobar que había sufrido un accidente de tráfico al embestir a un motocarro cargado de judías verdes.

 El impacto fue menor por el escaso volumen del isocarro, pero aquella lluvia de hortalizas sobre su habitáculo tuvo que parecer larguísima, casi eterna. Era un 11 de noviembre de 1982; justo ahora se cumplen 32 años de aquel episodio enigmático del motocarro con las judías, que cambió la historia de nuestro pueblo: Gracias al pequeño vehículo de carga y a aquel presidente, que apenas llevaba tres meses en el cargo, se rompió el topicazo de que el agricultor almeriense metía el Mercedes último modelo en el invernadero para cargarlo de pepinos y tomates; se comprobó que la recta de El Ejido era muy peligrosa y, veinte años después, sus sucesores tuvieron a bien construir una autovía, inacabada, pero eternamente prometida; se confirmó que, aún con la lejanía, los altos cargos sevillanos sí se desplazaban a Almería y muy a pesar de las judías voladoras. 

Hace más de un tercio de siglo; aún no había nacido el 39,3% de los almerienses de hoy, pero aquel presidente ya nos prometía lo mismo de lo que ahora llena los programas electorales: una vía rápida a Málaga, un tren veloz, una sanidad sin listas de espera y una Almería integrada en Andalucía. Hoy, 11 de noviembre de2014, me acuerdo de aquel vehículo repleto de hortalizas y del coche del presidente que le embistió violentamente por detrás. Nunca Almería se ha parecido tanto a un motocarro cargado de judías.

martes, 4 de noviembre de 2014

117-64



No; no es el resultado de un partido de baloncesto. El 117 tampoco es el artículo de la Constitución Española que recoge que “la justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por jueces y magistrados”. No. Se trata de las dos cantidades en euros que los almerienses de la capital deben pagar al Ayuntamiento por la tasa de recogida de basura. Hay otras cifras en el caso de los locales y su tamaño; pero, vamos, los almerienses han mimetizado esos dos números como el último “impuesto” del año, aquel que llaman tasa y cubre los gastos por recoger la basura de la ciudad. 

No entro en valorar si es mucho, poco o suficiente para cubrir el servicio; el Ayuntamiento habrá hecho sus números. Lo que no comprendo es la diferencia tan abismal entre las dos cifras (117-64). La tasa se fundamenta en el IBI y como tal así se factura: dependiendo del lugar donde se encuentre el inmueble y su valor catastral. Será legal, pero no entiendo cómo una viuda que viva sola en un pisillo del centro histórico tenga que pagar el doble que una familia supernumerosa, con primos y sobrinos bajo el mismo techo, del extrarradio. Si la basura la generan las personas y no los inmuebles, lo lógico es que se pague por número de residentes en una vivienda, que para eso el Ayuntamiento tiene el padrón. Para las segundas residencias, una cuota fija.
La limpieza de la capital, como cada cuatro años, será uno de los temas claves de la campaña electoral que se avecina, con las consabidas acusaciones de suciedad y de inversión en maquinaria. Ya veo retratos de “alcaldables” junto a contenedores llenos de inmundicias y vecinos irritados porque su calle está muy sucia; o a presidentes de asociaciones vecinales anti PP quejándose porque el barrio está lleno de bolsas arrojadas sin piedad sobre la calzada. Vamos, veo, lo que llevo viendo en cada una de las elecciones municipales desde 1979.

El servicio de recogida ha cambiado, es verdad; quienes más pagan por la tasa ya no tienen los domingos en el Paseo los contenedores de quita y pon y aquellos silenciosos camiones de carga lateral se han sustituido por otros de carga trasera porque los contenedores son más chiquitillos. Y eso que los almerienses parece que tiramos, aún con la crisis, muchas cosas a la basura: 190 toneladas diarias, dicen las estadísticas. 
Los concejales saben de ésto más que yo, pero como contribuyente me enerva esa terrible diferencia de 117-64.

lunes, 27 de octubre de 2014

La placa de Comisiones



Que un alcalde de derechas presida un homenaje al sindicato de “izquierdas” Comisiones Obreras ya es noticia. En esos actos es donde se aprecie la verdadera estirpe democrática del político, acudiendo donde debe ir y siendo sus organizadores de cualquier tendencia ideológica. No pasa lo mismo al revés, porque es raro que alguien del amplio abanico que va desde el PSOE a Podemos permita, asista o presida un evento donde el homenajeado sea de derechas. Pero ha pasado siempre. 

Digo esto porque el presidente de la Corporación descubrió, en la Plaza Bendicho, una placa conmemorativa del 40º aniversario de la primera sede de CC.OO. en la capital. Aquello era una oficinilla sin teléfono, ni casi luz, en un viejo edificio descascarillado e infectado de humedad. Allí, junto a la Catedral y a una residencia de sacerdotes, los “cocos” abrieron su sede, aunque me cuesta fechar si fue en 1974 o en los albores de 1975. Lo hicieron bajo la apariencia de una empresa falsa “Economía de Almería” pero todo el mundo sabía que aquello era “otra cosa”. Lo que sí estoy seguro es que el rojiblanco letrero de madera al exterior, pillado con alambres al oxidado balcón de la vetusta casa del primer piso, se colocó muerto Franco. Aún recuerdo a los golfillos que bajaban del Cerrico San Cristóbal, empapados de sudor, para apedrear el nuevo letrero y comprobar si lo rompían antes que los otros golfillos que accedían del más allá de la calle La Reina.

La Plaza Bendicho, a finales de los setenta, era una batiburrillo de niños, de sindicalistas, de comunistas, de curas fascistas, de monaguillos con almas de cofrades  y de gentes que salían de la sacristía de la Catedral de casarse a hurtadillas y se metían en aquel sindicato para afiliarse. Desde la atalaya de la Imprenta Bretones, y con la candidez de no percatarte de vivir un momento histórico, yo veía salir de la sede de CC.OO. a muchos pescadores, albañiles, agricultores de la uva y pocas, muy pocas, mujeres.  Una vez –sería enero o febrero de 1976- llegaron, de improviso, diez o doce land rovers  de los grises, que aparcaron sobre los jardines, tomaron por asalto la plazoleta y echaron a los niños porque “buscaban a rojos”. Algún guantazo a los obreros se escaparía porque, días después, cuando los cafres de gris volvieron con sus porras un hombre joven, pero con las manos encallecidas y con más de un moratón en la cara, corrió desde la sede y se escondió, temblando como un flan, entre las máquinas de Pepe Bretones. Aquella cara de horror y el abrazo por haberle escondido, tranquilizado y sosegado sí que no se olvidan cuarenta años después.