Páginas de recurso
Los periódicos siempre han tenido bajo la manga de la autopublicidad un as para resolver cualquier incidencia de última hora que impidiera llevar a tinta impresa una información. El retraso en la llegada de una noticia, la tardanza en la confirmación de una sospecha informativa o, simplemente, la lentitud de un redactor para llegar a tiempo a la hora de cierre, se solucionaba con la página de recurso. Se trata de publicidad del propio medio o de cuestiones vinculadas a ese diario que, para el lector normal, pasa inadvertida. En mi época de director de periódico teníamos varios modelos de estas páginas de recurso porque había que suplir la escasa velocidad de los medios técnicos de la época y la puntualidad en el horario en el que arrancaba la rotativa. Por eso, rara era la semana en la que no teníamos que insertar un anuncio propio porque esa foto esperada no llegó o el redactor deportivo de turno se dormía en los laureles intentando confirmar qué jugador botó el último córner del partido.
El caso es que esos recursos siguen estando presentes en la prensa, a pesar de la rapidez de las redes de fibra óptica en las redacciones y los medios digitales. Es simplemente vergonzoso que de las 192 páginas que los tres periódicos provinciales editan cada día, el 12,52% de su superficie esté dedicado a la autopublicidad. Es decir, de los 3,00 euros que abonaría un lector comprando las tres cabeceras, 37 céntimos se pagan por leer promociones del propio periódico. Porque esas páginas de emergencia de antaño para cubrir huecos de noticias que no llegaron son ahora auténticos bazares de venta de objetos o servicios. Es como si al jefe de sección de un periódico le dijeran que para ganarse su, seguro, ínfimo sueldo tuviera que irse al mercadillo del Alquián para vender latas, relojes o tacitas para el café.
Las páginas de recurso son asquerosamente comerciales; queda demostrado que ya no es la noticia la que vende, sino el pañuelo de fantasía, la película de video de vaqueros o la rasera de cocina y queda patente que el lector ya no es lector, sino consumidor. Hace poco casi me peleo con un chico que despachaba en una gasolinera porque quería cobrarme el diario, más 2,90 euros por un reloj que daba asco verlo y que por pantalones decía que me lo tenía que llevar. Y es que en eso han quedado los periódicos, como herramienta de papel para colocar al cliente objetos absurdos, casi inútiles y que, por el contrario, dejan a la editora más beneficios que el propio medio. Mal vamos así, prensa de papel.