Durante estas fechas, decenas de historias
personales o familiares de toda España se han publicado o emitido para,
primero, informar, y después remover conciencias por el efecto solidario de la
Navidad o Año Nuevo.
Familias que subsisten con una prestación recortada
y se muestran felices porque está unida, padres que roban para que sacarles a
sus hijos una sonrisa con el juguetillo hurtado o madres solteras que trabajan dieciséis
horas para recibir un sueldo mísero.
Pero, también, en estos días nos hemos encontrado
con situaciones que, no por ser Navidad, dejan de repetirse durante el año:
indigentes que duermen al raso, inmigrantes que malviven hacinados en un
cobertizo con techo de plástico arrancado por el viento a un invernadero,
ancianos ignorados
por sus familias, muchachas obligadas a sus padres a prostituirse entre los
caminos que bordean las fincas agrícolas… Estigmas, desatención, discriminación, exclusión.
Cáritas Diocesana ya denunció hace unos días que la
situación en Almería es terrible y que miles de personas deambulan por la
provincia sin un techo donde cobijarse dignamente. En situaciones de penuria
humana debemos ser un mal ejemplo para el resto del Estado, cuando hace unos
días vino expresamente Sonia Olea, responsable del Programa de Personas sin
Hogar de Cáritas Española, para trabajar en los enclaves de Níjar y del
Poniente donde malviven miles de extranjeros.
Cada persona tiene su propia historia cruel. Posiblemente,
una de las más terribles ha sido la del indigente de Zaragoza que vivió durante
cinco años en una tubería de un metro, bajo un puente, para apartarse del mundo.
Quería no molestar, evitar que su familia sufriera viéndole languidecer por un
cáncer.
Las imágenes del compañero indigente de tubería
llorando su fallecimiento nos deben hacer reflexionar a todos. A todos los que,
de una forma u otra, van de sobrados por la vida exigiendo a los demás lo que son
incapaces de ofrecer, van exprimiendo a subordinados para enriquecer su ego
ante el jefe o tratan a sus parientes como basura para aumentar su patrimonio.
Todo por el euro.
Luis Huertas Castel –que así se llamaba- eligió
vivir como las ratas y como cielo para su dolor se buscó una recóndita tubería
bajo el río donde nadie le viera. Su trauma interno y su desarraigo fue una
ofrenda de amor hacia los demás. Sufro para que no sufráis. Un héroe.
El mensaje que Cáritas lleva transmitiendo
desde hace años tiene cada vez más significado: la desatención, la
discriminación y la exclusión que sufren las personas sin hogar les impiden
ejercer sus derechos fundamentales; su sola presencia, su forma de vivir o de
estar, incomoda a la sociedad. Son los auténticos invisibles. Es evidente: el
trato que un país da a sus ciudadanos más débiles refleja cómo cumple con los
derechos humanos.
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