La intranquilidad ciudadana por la posible desaparición
de la conexión aérea Almería-Sevilla es una más. Estamos acostumbrados, en esta
tierra, a pelear por mantener lo que tenemos, de tener que reivindicar que no
nos quiten, en lugar de que nos den. Todas nuestra fuerzas se van en el “que me
quede como estoy” como mal menor, en lugar de luchar por avanzar y conseguir mejoras.
Y eso que aportar, aportamos como el que más al presupuesto común.
Ha pasado siempre. No ya con el robo de la denominación Costa
del Sol, que era nuestra, sino con multitud de infraestructuras, servicios o
vías de comunicación. El tren del puerto quedó en vía muerta y con él la
posibilidad de relanzar unos muelles que no sólo buques sino, también,
perdieron sus paseantes de aquella ilusión del proyecto Puerto-Ciudad. ¿Y la
autovía A-92 que aún no ha llegado al término municipal de la capital?. O el
AVE, cuyas vías trazan su cremallera por muchos kilómetros de la provincia y,
aún, no saben si estarán en servicio para el 2018, 2019 ó 2020… Menudo
pitorreo.
La línea de ferrocarril Guadix-Almendricos, que unía la
comarca del Almanzora con Andalucía y el Levante español, nos la birlaron tras
una Nochevieja de resaca socialista. Aquel vetusto tren expreso nocturno con
Madrid, que cumplía un servicio público fundamental en las familias con menos
recursos, no ha vuelto a arrancar de la vía uno y los parientes que decían
adiós sobre al andén han desaparecido de la faz de la estación. Una estación,
maravillosa, que se cae a pedazos en lugar de ser disfrutada por todos. A nadie
le importa.
Lo dicho; gracias a la inutilidad de nuestros políticos
y, porqué no decirlo, al carácter bonachón y conformista del almeriense cada
contienda que, de tarde en tarde, sale en los periódicos es por mantener lo que
tenemos y no por obtener nuevos servicios, mayores inversiones.
La lista de agravios, si repasamos la prensa de la
segunda mitad del siglo XX, es interminable. A los ya mencionados podríamos
añadir el caso de El Corte Inglés, el cachondeo del soterramiento o el hospital
Materno-Infantil, en cuyo solar sembrado de migas de hormigón corretean las
lagartijas, se pudre la basura y se mueren de risa los cimientos. Si cada padre
o madre que lleva a su hijo malito a Torrecárdenas le diera un puntapié –virtualmente,
claro- en el culo al responsable de que aquello esté como está, ya tendríamos el
hospital infantil funcionando desde hace años. Un ilustre delegado de la Junta
definió hace años a la perfección la apatía local: “el almeriense es “asín”. Tenía razón; mientras no le quiten las tapicas
y el solecico, todo va bien. Aunque estemos en la misma pelea social que nuestros
antepasados del siglo XIX.
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