Mientras la provincia padece una tasa de paro inadmisible,
espera aletargada la conclusión de las infraestructuras a medio construir y los
partidos mayoritarios se pelean por cuestiones nimias, dos administraciones
públicas nos sorprenden con acuerdos de risa; de mucha risa.
Por un lado, el Ayuntamiento almeriense de Gádor ha resuelto
prohibir el lanzamiento de piedras dentro del término municipal. La multa a
quien desobedezca las señales instaladas en varios parajes del pueblo ascenderá
a 150 euros; según la teniente de alcalde, Lourdes Ramos, alguien se dedicaba a
tirar piedras como diversión y Gádor es “una zona habitada donde viven
personas”. Esta normativa me recuerda a una creativa actividad escolar de los
niños de Primaria, que trata de inventar señales de tráfico que ellos, en su
concepto del mundo, consideren útiles. He visto dibujadas señales tan
originales como las de precaución por aproximarse a un recinto de conciertos al
aire libre donde el artista que actúa puede distraer al conductor si canta mal;
la de prohibido cazar medusas porque pican o una señal cuadrada de información advirtiendo
que el conductor se aproxima a una zona de insectos y los bichitos pueden morir
aplastados en el parabrisas. Si la edil Ramos hubiese participado en esa
actividad infantil con “prohibido lanzar piedras porque es una zona habitada donde viven personas” habría
sacado, seguro, un “ampliamente superado”, que es como ahora califican a los
pequeños.
Por otro lado, la consejera comunista del gobierno del
Susanato, Elena Cortés, ha parido el Plan Andaluz de la Bicicleta (PAB), que
prevé gastar 421 millones de euros en construir una red de 5.139 kilómetros de
vías ciclistas en Andalucía. Va a ser verdad lo que denunciaba el portavoz de
Infraestructuras del Partido Popular en la región, Jaime Raynaud: “ la Junta
quería sustituir el vuelo entre Almería y Sevilla por un carril-bici”; tanto
kilómetro no es sino para que lleguemos a Huelva, Córdoba o a Cádiz pedaleando por
el Puerto de la Mora. El objetivo del plan de esta lumbrera no es otro que
“promover el crecimiento sostenible y la economía verde y avanzar hacia un
nuevo modelo productivo”; es decir, que viajemos en bicicleta como los
vietnamitas o los chinos pobres y desterremos los contaminantes vehículos a
motor. Pero, eso sí, nada dice de su coche oficial que se lo pagamos entre todos. No seré yo
quien critique a los ciclistas y a su maravilloso mundo del pedaleo, pero lo
que me crispa es que me tomen por tonto y estos consejeros de prestado son
expertos en considerarnos idiotas.
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