Tras el desconcierto de Año Nuevo, entre las primeras páginas de los periódicos de 2013 leo un titular que me despierta del hastío de tanta gente corriente comiendo, vestida de domingo. “Rebeldía en las calles” dice la portada, junto a una foto de una multitud agolpada en una plaza... ¡Ah, no!, esa gente de la imagen no reclama ni pide nada; a lo sumo, un trozo del gigantesco roscón de Reyes elaborado en Palomares y que nada tiene que ver con el llamamiento a las barricadas de la otra noticia.
Eso de presentar al lector titulares junto a fotos de otros
temas que nada tienen en común, pero que dan a entender una vinculación
inexistente ya lo hacía –salvando las distancias- el desaparecido “El Alcázar” en
los años sesenta y setenta. Recuerdo que en la facultad nos enseñaban cómo ese
periódico, en mayo de 1968, informaba sobre la clausura de la Universidad de la
Sorbona el mismo día que sacó en primera página la reapertura de la Universidad
Complutense de Madrid, tras 40 días de cierre por los enfrentamientos de los
estudiantes españoles contra las fuerzas del orden.
Pero, a lo que voy. Atender al grito de la ¡Rebelión en las
calles! un 2 de enero, con la mente puesta en las últimas compras de Reyes y
con el estómago aún pesado por los excesos de las fiestas, parece un sacrificio
más duro que los recortes en el gasto doméstico que todos debemos afrontar. No
entiendo nada que inciten a la rebelión quienes, precisamente, ostentan el
poder. Si por rebelión se entiende “el levantamiento público con
hostilidad contra los poderes con el fin de derrocarlos” menos comprensible es
que la arenga a las masas la efectúe alguien que se desplaza en coche oficial.
Creo que estos chicos y estas chicas de la
izquierda de Gordillo aún no han asumido que han llegado al poder; de doble
rebote, pero han llegado. Ese discurso panfletario y demagógico que emplearon
durante las tres décadas que tardaron en pisar la moqueta oficial de la Junta
de Andalucía carece ya de credibilidad y validez. Si quieren rebelión, que
empiecen por dentro, que buena falta hace.
Las calles están llenas de
ciudadanos trabajadores y honrados que ya determinarán qué quieren y contra qué
se sublevan. No necesitan voceras institucionales ni acatar lemas de rebeldía por
obediencia debida.
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