domingo, 6 de mayo de 2012

La censura

Jamás olvidaré cómo censuraron mi primer reportaje. En verano se cumplirán treinta años de aquel injusto sinsabor que, aún hoy, me viene a la cabeza cada vez que aflora el personaje que lo levantó de la página cinco y de su compadre que, todavía, anda por ahí con la tijera en la mano.

Mi afán reporteril me llevó hasta un marino mercante que, ingresado en la Bola Azul, me relató con rotunda sinceridad el maltrato que recibió –por ser español- en un hospital de la Unión Soviética, donde tuvo la desdicha de enfermar mientras su buque permanecía atracado en un puerto ruso.

Aquellas declaraciones del viejo lobo de mar criticando el sistema sanitario comunista no gustaron y, sin más razonamientos que el de los cojones, el reportaje jamás se publicó. Eran los tiempos en los que desde medios de comunicación, administraciones y asociaciones afines se afanaban montando los andamios para la llegada del socialismo al poder y, claro, lo que decía el marino iba contra la futura nueva tendencia.

Recuerdo esta anécdota histórica porque, en los últimos meses, me están llegando pitazos muy desalentadores sobre cómo en España algunos editores, directores y medios de comunicación en general están retomando la mala práctica de la censura. Existen, es justo reconocerlo, medios libres, pero es verdad que la censura siempre ha existido y existirá. No obstante, la que hoy se practica, permítanmelo decirlo, es cateta y provinciana en lugar de ideológica, por lo que es mucho más complicado de burlar por parte de los redactores. Ahora ya no caben juegos de palabras, metáforas, epítetos o sinestesias para burlar al censor, ya que éste directamente arranca el texto íntegro porque, por ejemplo, no le gusta la cara del interlocutor.

Precisamente, el día 3 de mayo se celebró el Día Mundial de la Libertad de Prensa y el 81º aniversario de la fundación de la Asociación de la Prensa de Almería. Por tal motivo, hubo una concentración de periodistas en la Puerta de Purchena exigiendo un ejercicio profesional digno “basado –decían- en el estricto cumplimiento de las normas éticas y deontológicas y en valores como la integridad y el rigor profesional”.

Todo eso está muy bien pero, después, los propios periodistas somos los que propiciamos y fomentamos lo contrario; bien con acciones puntuales, manías personales o, como el dimitido presidente de la Asociación de la Prensa de Granada, quitándose el cinturón y amenazando con él en la mano a quien opina diferente. Y así nos va.

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