sábado, 5 de noviembre de 2011

“Churruki”, no ves que te ensucias

Eso de ser padre viejo de niños muy pequeños tiene, como todo, sus grandes ventajas e inconvenientes.  Ya no está uno para los trotes de plazoleta y parque que imponen las tardes con niños; el físico no responde como los púber-padres cuyos hijos comparten juegos con los míos. En cambio, yo regulo mejor –mucho mejor- la paciencia que éstos.
El otro día casi me caigo de espaldas cuando un púber-padre gritó como un poseído por el diablo porque su chiquillo había cogido una hojita amarillenta del suelo, de esas que caen con el otoño. -“¡Que te infectas!”, “tírala ahora mismo”, “marrano, caca; suéltala ahora mismo, Arturo José”.
Joder, me dio el cuerpo un respingo cuando oí al púber-padre chillar  y a la madre correr como una liebre, con sus tacones de aguja y bolso a juego, detrás del pequeño para arrancarle de la mano la inocente hojita de olmo que había cogido bajo el árbol. Menos mal que no se dieron cuenta que el pobre Arturo José estaba imitando a mis niños que, a carrera de patinete y bicicleta, me iban trayendo, una tras otra, hojas secas para juntarlas y hacer un ramito para dárselas a su mamá. Casi tuve que esconderlas mientras el pobretico de Arturo José era literalmente arrastrado y envuelto en lágrimas mientras papá y mamá no dejaban de decirle: “Churruki, no ves que te ensucias, Churruki …, hijo mío”. Jó, encima al niño le llaman por un apodo. Mira que está feo eso de llamar a los niños con motes, aunque sean cariñosos… Hay una generación de muchachicos que a pesar de tener el diccionario completo para elegir cómo inscribir a sus hijos en el registro, al final los llaman con apodos extraños y, en algunos casos, hasta ridículos. “Mi Bichito”, “Ratoncito”, “Kuki”, “Gordi”, “Pulgui”… que, claro, oyes éso y no sabes si están llamando al niño o al perro. Lo que digo, paciencia sí que he ganado; más aún cuando algún amigo de tu generación, que hace tiempo que no ves, te lo topas en la calle y te interroga por la familia.
- “¿Qué estudian tus hijos?”, me preguntó, socarrona -y más que por saber, por presumir-, una ex compañera que, como yo, roza el medio siglo, aunque pretenda disimularlo. “La mía ha terminado Medicina”, dijo orgullosa y altiva por tener una doctora en la casa; en paro, pero en la casa. Yo, claro, tuve que activar una buena sobredosis de paciencia y responderle con arte y sin nervios:
–“Mi mayor también está terminando, pero Infantil… Tercero de Educación Infantil, quiero decir”.
–“¡Fíjate, no sabía que quiere ser maestro…!”.
–“¡Ah!, pues yo tampoco lo sabía”, concluí.
-“Bueno, adiós, pues que le vaya bien con los niños”.
Lo que digo; paciencia….

1 comentario: