El otro día, por coincidencias que no vienen al caso, necesíté hacer un ejercicio de rapidez mental para traducir qué me había parecido escuchar a un tío que hablaba con otro en la calle. Porque, torpe de mi, había interpretado que buscaba la independencia de su madre. Como la mente es perversa y siempre te lleva a lo malo, por un instante sospeché que el individuo pretendía arrinconar a su señora madre en alguna residencia, hogar o centro de la tercera edad, que es como se llama ahora a los asilos de toda la vida. Así que me quedé casi petrificado en la acera, cerca de donde el presunto asustaviejas desarrollaba su plan a, quizás, un compinche o a un colaborador necesario, como dicen los jueces. La pobre madre estaría en la cocina de su casa, ajena a todo, pensando qué le gustaría almorzar a su hijito y el gualtrapa de éste, con la cartilla de ahorros abanicándose, tramando un plan para desprenderse de ella... Comencé a juguetear con el móvil, como las ejecutivas de bote en la T-4 que no llaman a nadie porque no tienen amigos a quienes telefonear, y abrí las orejas para empaparme del plan. El sujeto lo reptió claramente: "Necesito la independencia de mi madre; de hoy no pasa".
¡Acabáramos!. Está claro; este mal hijo, con su porte chuleril de camiseta sin mangas de mercadillo ilegal y zapatillas despeluchadas se quiere desprender para siempre de la anciana. ¡Será ingrato!. Y encima lleva un tatuaje en el brazo de un corazón que pone "amor de madre". Mi indignación subía por momentos; notaba cómo el sudor me caía por la espalda y la tensión arterial se disparaba cuando su compinche respondió con tono pausado: "Pues te acompaño; ayer mismo cobré yo la paga de dependencia de mi madre y ¡no veas como nos resuelve la vida a los parados; qué bueno es este ZP!".
Me quedé frío; helado. ¡Será imbécil el tonto éste como habla!. Claro, que eso me pasa a mi por ir caminando con la calle con las antenas puestas. La próxima vez me llevo el iPod y voy escuchando música celta, que ésa sí que habla de independencia.
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