jueves, 20 de noviembre de 2014
La moto de la suegra
Hay que ser lerdo para planificar el atraco a un supermercado y utilizar la moto de su suegra como vehículo de huida tras intentar cometer el delito; porque, ésa es otra, le faltó pericia para concluirlo.
Durante los años en los que dirigí el semanario de sucesos "El Caso" -desgraciadamente decapitado por su editor- llegaron a la redacción noticias de ladrones tontainas que se arriesgaban a años de cárcel por un botín ridículo, atracadores que olvidaban su DNI en el lugar de los hechos o aquellos otros que saludaban a la cámara de seguridad, en un irrefrenable afán narcisista. Recuerdo aquél que se pintarrajeó la cara con rotulador para ocultar sus rasgos y no ser identificado o a los siete alumnos de Manzanares del Real (Madrid) que se apropiaron de los restos de varios cadáveres. Un veterano de guerra, Sean Nelson, decidió hace veinte años robar un tanque Patton M-60, de 57 toneladas, como venganza porque su mujer lo había abandonado.
Aquí mismo, en Almería, unos salvajes arrancaron hace años aquellos bancos verdes de hierro con agujeros redondísimos del Parque viejo y, cuando los subían a un carrillo de mano, fueron sorprendidos por nuestro fotógrafo que inmortalizó el delito.
Hurtos raros cometidos por ladrones no menos peculiares habría como para escribir un libro, pero hasta ahora no había oído nada parecido al ladrón de tiendas que empleaba como vehículo el ciclomotor de su suegra.
El autor, multireincidente, sí parece algo chapuza, porque tapó la matrícula de la motillo con un trozo de cinta aislante negra y terminó abandonándola tras un derrape sobre el asfalto. Así se muestra en la fotografía que la Policía ha enviado a los medios de comunicación para informar de la resolución del caso que, visto lo visto, ignoro si fue por mérito de los agentes o por la torpeza del yerno motorizado.
Lo "gracioso" del caso es que, poco después de la detención del sujeto por el robo y de su suegra por cómplice, los dos fueron puestos en libertad y a disposición de la moto.
lunes, 10 de noviembre de 2014
El motocarro y el presidente
ERA una noche de noviembre cerrada; lúgubre y fría. Las fuertes lluvias habían destrozado innumerables canales de riego y sistemas agrícolas del Bajo Andarax cuando el entonces presidente de todos los andaluces viajaba en su coche oficial por la recta del Poniente. Era la encharcada Nacional 340, sin "a", porque no había autovía, ni luces, ni casi El Ejido, que se había desgajado de Dalías un rato antes.
De repente, el chófer del vehículo oficial hizo un extraño movimiento, bien cegado por otro automóvil con las luces largas que venía de frente, o por la oscuridad de la noche. El caso es que el coche de Sevilla no frenó a tiempo y se estampó contra otro vehículo. El presidente, que viajaba en visita oficial, tuvo que asustarse no porque la colisión le causara algún daño físico, que no, sino porque después del golpetazo y su sobresalto comenzaron a volar y a chocar extraños objetos alargados sobre el techo, parabrisas, capó y el asfalto mismo, provocando un ensordecedor ruido parecido al pedrisco que viene del "Rincón de las Panochas". Al rato, cuando el presidente pudo salir del interior de su auto, pudo comprobar que había sufrido un accidente de tráfico al embestir a un motocarro cargado de judías verdes.
El impacto fue menor por el escaso volumen del isocarro, pero aquella lluvia de hortalizas sobre su habitáculo tuvo que parecer larguísima, casi eterna. Era un 11 de noviembre de 1982; justo ahora se cumplen 32 años de aquel episodio enigmático del motocarro con las judías, que cambió la historia de nuestro pueblo: Gracias al pequeño vehículo de carga y a aquel presidente, que apenas llevaba tres meses en el cargo, se rompió el topicazo de que el agricultor almeriense metía el Mercedes último modelo en el invernadero para cargarlo de pepinos y tomates; se comprobó que la recta de El Ejido era muy peligrosa y, veinte años después, sus sucesores tuvieron a bien construir una autovía, inacabada, pero eternamente prometida; se confirmó que, aún con la lejanía, los altos cargos sevillanos sí se desplazaban a Almería y muy a pesar de las judías voladoras.
Hace más de un tercio de siglo; aún no había nacido el 39,3% de los almerienses de hoy, pero aquel presidente ya nos prometía lo mismo de lo que ahora llena los programas electorales: una vía rápida a Málaga, un tren veloz, una sanidad sin listas de espera y una Almería integrada en Andalucía. Hoy, 11 de noviembre de2014, me acuerdo de aquel vehículo repleto de hortalizas y del coche del presidente que le embistió violentamente por detrás. Nunca Almería se ha parecido tanto a un motocarro cargado de judías.
De repente, el chófer del vehículo oficial hizo un extraño movimiento, bien cegado por otro automóvil con las luces largas que venía de frente, o por la oscuridad de la noche. El caso es que el coche de Sevilla no frenó a tiempo y se estampó contra otro vehículo. El presidente, que viajaba en visita oficial, tuvo que asustarse no porque la colisión le causara algún daño físico, que no, sino porque después del golpetazo y su sobresalto comenzaron a volar y a chocar extraños objetos alargados sobre el techo, parabrisas, capó y el asfalto mismo, provocando un ensordecedor ruido parecido al pedrisco que viene del "Rincón de las Panochas". Al rato, cuando el presidente pudo salir del interior de su auto, pudo comprobar que había sufrido un accidente de tráfico al embestir a un motocarro cargado de judías verdes.
El impacto fue menor por el escaso volumen del isocarro, pero aquella lluvia de hortalizas sobre su habitáculo tuvo que parecer larguísima, casi eterna. Era un 11 de noviembre de 1982; justo ahora se cumplen 32 años de aquel episodio enigmático del motocarro con las judías, que cambió la historia de nuestro pueblo: Gracias al pequeño vehículo de carga y a aquel presidente, que apenas llevaba tres meses en el cargo, se rompió el topicazo de que el agricultor almeriense metía el Mercedes último modelo en el invernadero para cargarlo de pepinos y tomates; se comprobó que la recta de El Ejido era muy peligrosa y, veinte años después, sus sucesores tuvieron a bien construir una autovía, inacabada, pero eternamente prometida; se confirmó que, aún con la lejanía, los altos cargos sevillanos sí se desplazaban a Almería y muy a pesar de las judías voladoras.
Hace más de un tercio de siglo; aún no había nacido el 39,3% de los almerienses de hoy, pero aquel presidente ya nos prometía lo mismo de lo que ahora llena los programas electorales: una vía rápida a Málaga, un tren veloz, una sanidad sin listas de espera y una Almería integrada en Andalucía. Hoy, 11 de noviembre de2014, me acuerdo de aquel vehículo repleto de hortalizas y del coche del presidente que le embistió violentamente por detrás. Nunca Almería se ha parecido tanto a un motocarro cargado de judías.
martes, 4 de noviembre de 2014
117-64
No; no es el resultado de un partido de baloncesto. El 117
tampoco es el artículo de la Constitución Española que recoge que “la justicia
emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por jueces y magistrados”.
No. Se trata de las dos cantidades en euros que los almerienses de la capital
deben pagar al Ayuntamiento por la tasa de recogida de basura. Hay otras cifras
en el caso de los locales y su tamaño; pero, vamos, los almerienses han
mimetizado esos dos números como el último “impuesto” del año, aquel que llaman
tasa y cubre los gastos por recoger la basura de la ciudad.
No entro en valorar si es mucho, poco o suficiente para
cubrir el servicio; el Ayuntamiento habrá hecho sus números. Lo que no
comprendo es la diferencia tan abismal entre las dos cifras (117-64). La tasa
se fundamenta en el IBI y como tal así se factura: dependiendo del lugar donde
se encuentre el inmueble y su valor catastral. Será legal, pero no entiendo
cómo una viuda que viva sola en un pisillo del centro histórico tenga que pagar
el doble que una familia supernumerosa, con primos y sobrinos bajo el mismo
techo, del extrarradio. Si la basura la generan las personas y no los
inmuebles, lo lógico es que se pague por número de residentes en una vivienda,
que para eso el Ayuntamiento tiene el padrón. Para las segundas residencias,
una cuota fija.
La limpieza de la capital, como cada cuatro años, será uno
de los temas claves de la campaña electoral que se avecina, con las consabidas
acusaciones de suciedad y de inversión en maquinaria. Ya veo retratos de
“alcaldables” junto a contenedores llenos de inmundicias y vecinos irritados
porque su calle está muy sucia; o a presidentes de asociaciones vecinales anti
PP quejándose porque el barrio está lleno de bolsas arrojadas sin piedad sobre
la calzada. Vamos, veo, lo que llevo viendo en cada una de las elecciones
municipales desde 1979.
El servicio de recogida ha cambiado, es verdad; quienes más
pagan por la tasa ya no tienen los domingos en el Paseo los contenedores de
quita y pon y aquellos silenciosos camiones de carga lateral se han sustituido
por otros de carga trasera porque los contenedores son más chiquitillos. Y eso
que los almerienses parece que tiramos, aún con la crisis, muchas cosas a la basura:
190 toneladas diarias, dicen las estadísticas.
Los concejales saben de ésto más
que yo, pero como contribuyente me enerva esa terrible diferencia de 117-64.
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