IMPEDIR el desarrollo de la profesión periodística es mucho peor que censurar. El censor elimina, modifica o fractura parte de una información pero el periodista siempre tiene recursos para, con el resto del texto, sortear al de las tijeras y dejar caer o entrever lo que quiere expresar. Hubo, y aún quedan, redactores con mucho arte en eso de burlar al censor. En cambio, con quienes impiden el desarrollo del periodismo no cabe más camino que el de la resignación. Hay muchas formas de torpedear la labor del periodista para que no informe: desde el batracio musculoso que le rompe la cámara al operador de TV mientras toma un plano a, directamente, su encarcelamiento o, aún peor, el asesinato a sangre fría. En 2014, según Reporteros Sin fronteras, ya han matado a 44 profesionales y existen 177 periodistas prisioneros en innumerables países. Delito: querer informar a la sociedad de lo que ocurre.
Digo esto porque, aun siendo la muerte el peor destino de un periodista, aquel que impide el desarrollo del periodismo con las herramientas que dispone es igual de deleznable. Unos poseen tanques y fusiles, otros las llaves del presidio o leyes restrictivas; incluso determinados editores la mordaza del despido. Hay algunos, más modestos pero igual de repugnantes, que con un puñado de acreditaciones de acceso a un evento barajan, como si fueran naipes, qué personas sí y quienes no informarán. Son, desgraciadamente, los más cercanos al periodista de información local y, curiosamente, los que más trabas le ponen.
Este agosto, en el Levante, se negó la acreditación de prensa a periodistas profesionales inscritos en todos los registros oficiales posibles y, en cambio, pasantes de notarios y empleados de otros gremios la lucían orgullosos por el recinto del acto. Para colmo, el espabilado que repartía las acreditaciones -un antiguo locutor despedido de su emisora- las negaba firmando con pseudónimo y con el argumento tan sólido de "sólo para medios convencionales; el resto, no". En España, el problema radica en que al primer lerdo que aterriza le ponen una gorra y le otorgan atribuciones para impedir el derecho a la información de los periodistas. Pero, realmente, lo que hay es miedo, muchísimo miedo, casi pavor diría yo, a lo que se pueda escribir o subir en los blogs o webs que no "controla" la organización que tiene a sueldo al tontico de guardia.
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