martes, 30 de septiembre de 2014

Volver al "Franco Navarro"



Cuando en el 24 de agosto de 1976 se inauguró el actual campo municipal "Juan Rojas", los futbolistas de la UD Almería no habían nacido. Es más; sus padres casi ni se habrían conocido. Hace casi cuatro décadas, el Bilbao y la extinta A.D. Almería se enfrentaron en el partido inaugural, empatando a un gol, con tantos de Dani y Gregorio para los locales; por cierto el actual presidente de la Federación Española, Ángel Villar,  jugó eseencuentro. Las entradas se vendieron en los bares "Toresano", "Bahía de Palma" y "Manoli" a 700 pesetas la tribuna y 300 los fondos. Aquel acontecimiento hizo vibrar a la adormecida capital, ya que por fin contaba con un campo de césped y de un recinto con el que obtener mayores logros futbolísticos que los famosos "7 minutos en Segunda División" de 1974 contra el Córdoba. Además, se contaba con una afición ruidosa, entregada y defensora de la AD que, con participaciones de mil duros, contribuyó a la construcción del campo, bautizado con el nombre de "Franco Navarro", impulsor del proyecto.
Ahora, la UD Almería ha regresado, por obligación, al mítico campo porque tenía la necesidad de entrenar. Y, paradógicamente, ocurre cuando el equipo presumía de contar, en el "Estadio de los Juegos Mediterráneos" con el mejor césped de Europa. Una alfombra, vamos. Y es verdad, pero allí, porque el campo anexo es un patatal indigno. Suele pasar en Almería, que no cuidamos lo que tenemos y al mismo tiempo envidiamos al foráneo por gozar de instalaciones curiosas y conservadas. Sólo hay que ver el reportaje se Pablo Laynez en Diario de Almería "El Cortijo del Fraile futbolero" sobre el "Juan Rojas" para ratificar lo dicho.
Pero está bien volver al campo donde el Almería cosechó aquellos primeros éxitos deportivos en la división de honor, donde ningún equipo, en la primera temporada ya fuera grande o más que un club, consiguió ganar. Pero también está perfecto volver para recobrar la memoria y evidenciar lo que pasó después: las cuatro grandes "d" del mal de nuestros fútbol: descensos, deudas, desaparición del club y división de los equipos almerienses, entre el Poli y el CF.
Hace unos días, en la tertulia de Jordi Folqué, en la Cadena Cope, debatían porqué hace 34 años la gente llenaba el "Franco Navarro" (otra cosa es que pagara todo el mundo) con ilusión y ganas de ver fútbol y hoy difícilmente se congregan doce mil personas para ver a la UDA. Aquí, realmente, aficionados que vayan a ver al equipo representativo no hay más de seis mil; el resto se suman dependiendo de la trayectoria en la clasificación. Y no hay más. Por éso, es bueno volver de vez en cuando al campo primitivo para recordar la historia. Y para que no se repita.


José Manuel Bretones.
Enviado desde mi iPhone

El autobús te transforma


El humo negro del tubo de escape del coche evidenciaba que el desguace sería su próxima y definitiva parada. ¿Y ahora...? Con algo más de un euro en el bolsillo, no cabían dudas: el autobús. Al subir, la sonrisa del conductor me impactó, acostumbrado a ver otros rostros cariacontecidos, somnolientos y malhumorados tras las ventanillas de los automovilistas esperando el verde. Y, allí, sentado junto a almerienses que jamás me habría cruzado con ellos comencé a contemplar la ciudad desde otra perspectiva: solares que creía abandonados son, en realidad, fértiles huertas; las calles se antojan más rectas y sus calzadas más limpias; incluso comprobé que la capital está llena de señales indicadoras que, al volante, jamás ves; hasta los peatones son personas que aman y ríen y no idiotas que se cruzan justo cuando tu circulas en coche. El autobús no sólo te lleva; también te transforma.


Primer premio del concurso de microrrelatos del Ayto de Almería

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Tontico de guardia

IMPEDIR el desarrollo de la profesión periodística es mucho peor que censurar. El censor elimina, modifica o fractura parte de una información pero el periodista siempre tiene recursos para, con el resto del texto, sortear al de las tijeras y dejar caer o entrever lo que quiere expresar. Hubo, y aún quedan, redactores con mucho arte en eso de burlar al censor. En cambio, con quienes impiden el desarrollo del periodismo no cabe más camino que el de la resignación. Hay muchas formas de torpedear la labor del periodista para que no informe: desde el batracio musculoso que le rompe la cámara al operador de TV mientras toma un plano a, directamente, su encarcelamiento o, aún peor, el asesinato a sangre fría. En 2014, según Reporteros Sin fronteras, ya han matado a 44 profesionales y existen 177 periodistas prisioneros en innumerables países. Delito: querer informar a la sociedad de lo que ocurre.

Digo esto porque, aun siendo la muerte el peor destino de un periodista, aquel que impide el desarrollo del periodismo con las herramientas que dispone es igual de deleznable. Unos poseen tanques y fusiles, otros las llaves del presidio o leyes restrictivas; incluso determinados editores la mordaza del despido. Hay algunos, más modestos pero igual de repugnantes, que con un puñado de acreditaciones de acceso a un evento barajan, como si fueran naipes, qué personas sí y quienes no informarán. Son, desgraciadamente, los más cercanos al periodista de información local y, curiosamente, los que más trabas le ponen.

Este agosto, en el Levante, se negó la acreditación de prensa a periodistas profesionales inscritos en todos los registros oficiales posibles y, en cambio, pasantes de notarios y empleados de otros gremios la lucían orgullosos por el recinto del acto. Para colmo, el espabilado que repartía las acreditaciones -un antiguo locutor despedido de su emisora- las negaba firmando con pseudónimo y con el argumento tan sólido de "sólo para medios convencionales; el resto, no". En España, el problema radica en que al primer lerdo que aterriza le ponen una gorra y le otorgan atribuciones para impedir el derecho a la información de los periodistas. Pero, realmente, lo que hay es miedo, muchísimo miedo, casi pavor diría yo, a lo que se pueda escribir o subir en los blogs o webs que no "controla" la organización que tiene a sueldo al tontico de guardia.