viernes, 30 de marzo de 2012

El amigo invisible

Me hace gracia leer a varios comentaristas provinciales –y a uno en particular- porque el argumento de lo que exponen en sus artículos lo sustentan, casi siempre, en lo que le ha dicho un amigo.

Recopilando amigos confidentes que hayan motivado la redacción de algún artículo los hay como para llenar el estadio de los Juegos Mediterráneos; el gran sueño del presidente de la U.D. Almería. Hay amigos basureros que cuchichean secretos mientras vacían contenedores, sindicalistas liberados de lengua bífida, tenderos con ganas de cháchara, funcionarios aburridos, amigos viajeros con los que te topas casualmente en el tedioso aeropuerto de Alicante, amigos del golf, del partido de pádel, del colegio de los niños, y… hombre, cómo no, amigos súper empresariosssss, emprendedoresssss y con siete másteres en San Telmo. Por lo que leo, las amigas abundan poco y si las hay no cuentan nada destacado como para llevarlo a un artículo.

Eso de crear amigos invisibles para construir un argumento editorial es un engaño demasiado visto que, por viejo, sólo conduce al descrédito. Los amigos imaginarios pueden acompañar al niño hasta el inicio de la adolescencia y, como vemos, en ocasiones, hasta la adultez.

Lo malo de inventarse amistades es que constituye el primer paso para, en caso de necesidad informativa, crear y difundir noticias falsas. Una vez emitidas, a ver quién es el guapo que descubre a la supuesta fuente de información.

Antes, cuando se pretendía huir de la censura o enmarañar la procedencia real, o no, de una información, el periodista recurría a las maravillosas coletillas de  “fuentes por lo general dignas de crédito”, “fuentes fiables”, “fuentes de toda solvencia” o incluso, los más pedantes ponían “fuentes por lo general bien informadas”. Ahora no; ahora dices que te lo ha soplado un amigo o redactas una carta al director con firma falsa y mandas la deontología profesional periodística a tomar viento.

En la prensa de Estados Unidos existen departamentos de verificación de datos. Su función es comprobar la exactitud de lo que se publica en periódicos y revistas y su fin es cerciorarse de que lo que llega al lector tiene un respaldo documental. Así, evitan litigios judiciales y potencian el prestigio de la publicación. Artículos, editoriales, crónicas….  todo está sometido al control de los verificadores. Si alguien escribe un artículo sobre un tema concreto, el verificador debe encontrar la manera de comprobar todos y cada uno de los datos, por muy simples que parezcan. Mientras, aquí, nos apañamos con los “amigos”.


El amigo invisible

Me hace gracia leer a varios comentaristas provinciales –y a uno en particular- porque el argumento de lo que exponen en sus artículos lo sustentan, casi siempre, en lo que le ha dicho un amigo.

Recopilando amigos confidentes que hayan motivado la redacción de algún artículo los hay como para llenar el estadio de los Juegos Mediterráneos; el gran sueño del presidente de la U.D. Almería. Hay amigos basureros que cuchichean secretos mientras vacían contenedores, sindicalistas liberados de lengua bífida, tenderos con ganas de cháchara, funcionarios aburridos, amigos viajeros con los que te topas casualmente en el tedioso aeropuerto de Alicante, amigos del golf, del partido de pádel, del colegio de los niños, y… hombre, cómo no, amigos súper empresariosssss, emprendedoresssss y con siete másteres en San Telmo. Por lo que leo, las amigas abundan poco y si las hay no cuentan nada destacado como para llevarlo a un artículo.

Eso de crear amigos invisibles para construir un argumento editorial es un engaño demasiado visto que, por viejo, sólo conduce al descrédito. Los amigos imaginarios pueden acompañar al niño hasta el inicio de la adolescencia y, como vemos, en ocasiones, hasta la adultez.

Lo malo de inventarse amistades es que constituye el primer paso para, en caso de necesidad informativa, crear y difundir noticias falsas. Una vez emitidas, a ver quién es guapo que descubre a la supuesta fuente de información.

Antes, cuando se pretendía huir de la censura o enmarañar la procedencia real, o no, de una información, el periodista recurría a las maravillosas coletillas de  “fuentes por lo general dignas de crédito”, “fuentes fiables”, “fuentes de toda solvencia” o incluso, los más pedantes ponían “fuentes por lo general bien informadas”. Ahora no; ahora dices que te lo ha soplado un amigo o redactas una carta al director con firma falsa y mandas la deontología profesional periodística a tomar viento.

En la prensa de Estados Unidos existen departamentos de verificación de datos. Su función es comprobar la exactitud de lo que se publica en periódicos y revistas y su fin es cerciorarse de que lo que llega al lector tiene un respaldo documental. Así, evitan litigios judiciales y potencian el prestigio de la publicación. Artículos, editoriales, crónicas….  todo está sometido al control de los verificadores. Si alguien escribe un artículo sobre un tema concreto, el verificador debe encontrar la manera de comprobar todos y cada uno de los datos, por muy simples que parezcan. Mientras, aquí, nos apañamos con los “amigos”.


domingo, 11 de marzo de 2012

La calle Terriza del Zapillo

 Margarita Landi, la añorada redactora de sucesos, me comentó en una ocasión mientras tapeábamos en "La Parrilla" –le encantaban los “chérigans” al sol de Almería-  que quien trabaja en la sección de sucesos de un periódico termina odiando el periodismo o siendo un extraordinario profesional.

La buena información de sucesos -por el contrario a la información institucional o política- no es fácil de conseguir y obliga a los periodistas a enfrentarse a situaciones humanas muy difícil en momentos tensos. Vaya usted a pedir a una madre presa del dolor o a unos hijos enlutados la foto de la víctima de un asesinato para publicarla en el periódico, mientras el cadáver está aún caliente… a ver qué le dicen.

Por eso, no me extraña que los periodistas de sucesos veteranos incluyan en su currículum las veces que han sido insultados o –porqué no decirlo- apedreados por parientes exaltados. Y ya no hablemos de la paciencia de Job para obtener datos fidedignos y luego transmitirlos sin caer en la tentación de ponerse de parte del más débil. Igualito que ahora.

La propia Landi investigó como una auténtica detective –que lo era más que periodista- para determinar si el presunto autor de un crimen fumaba celtas cortos o rubio americano, ya que ese dato sería fundamental para determinar su inocencia. Igualito que ahora.

Cuando hace ya muchos años me nombraron director del semanario “El Caso”, fundado en 1952 y que llegó a tirar 400.000 ejemplares, y Margarita Landi retomó las columnas coronadas por su foto fumando en pipa, nos aconsejó que era preferible retener la publicación de un suceso para seguir investigando si los datos obtenidos eran, no ya inciertos, sino dudosos.  Igualito que ahora.

Comento esto porque un diario situó la calle Terriza en el barrio del Zapillo, en la referencia de un suceso. Todos erramos y yo el primero, pero por la foto que acompañaba al texto dudo que el delito fuese en esta calle que conecta Alcalde Muñoz con la Rambla. Creo, más bien, que el hecho tuvo lugar en el Zapillo y adjudicaron el nombre de Terriza a otra vía de por allí que, muy bien, podría haber sido Tejar, Telares o Telar. El caso es que la calle Terriza no está en el Zapillo.

Las herramientas que disponen hoy los periodistas ya las habría querido tener la generación de Landi. Ahora metes “Terriza” en el callejero del google y no te sale el zapato que calzan sus residentes porque chocaría con la intimidad podológica de los ciudadanos.

Nos invade la información de recorta y pega y del periodista "collage"; si el gabinete de prensa de turno se equivoca, el error se extiende como el aceite sin que nadie lo remedie con una simple comprobación. Resulta curioso: en la era con mayor fuentes de consulta y documentación es cuando más abunda la desinformación. Precisamente, lo que no quería Margarita.




miércoles, 7 de marzo de 2012

Amigos de...


EL otro día me entretuve en releer una libreta vieja que tenía en un armario desde hacía tiempo. Mi manía de guardar apuntes manuscritos tiene éso; pasado un tiempo te da por rebuscar y encuentras las anotaciones más insospechadas.

El cuaderno lo terminé en los tiempos de la famosa libreta azul de Aznar, pero tuve que estrenarla en la prehistoria porque hay referencias de políticos y personajes de Almería cuyo teléfono móvil empezaba por nueve. ¿Se acuerdan? Eran los tiempos del Moviline y de los portátiles de maletín que llevaban los ejecutivos, algunos incluso sin línea pero cargaban con él por aparentar. Bueno pues en ésa época me dio por hacer una lista de asociaciones que incluían el nombre de "Amigos de….". Sería para preparar algún reportaje o una croniquilla de estas semi empresas, semi ONGs y que al final se quedó en el tintero, porque no recuerdo haber encargado a redactor alguno o haber escrito yo sobre ese asunto.

El caso es que aún me sorprende la cantidad de grupos de gente que se reúnen en la provincia bajo un "Amigos de…" común. Repasando ese block viejo he visto que los hay del "Faro y del Puerto de Almería", "del Tango y del folklore", "del Seiscientos", "de la Capa", "del Ocio, la salud y el deporte", "de la Ópera", "de la Gaita", "del Tiro con onda"… Sé que en otros lugares se han federado los amigos "de los animales", "de Alfredo Kraus", "de Gallocanta", "de Ifni" o de los parques nacionales". Es decir, hay temática de lo más variopinta y todo está sujeto a recibir amistad de unos ciudadanos desinteresados que velan por el bien común.

Si quieres tener protagonismo sobre una cuestión que te interesa a nivel personal, profesional o crematístico, conseguirlo es fácil. Te juntas con cuatro amigos o parientes y registras en la Junta de Andalucía los estatutos y el nombre que lleve, ineludiblemente, la coletilla de "Amigos de…".

Así, ya tendrás poder mediático y social para opinar, influir, cobrar subvenciones -ya menos- o convertirte en un referente de ese algo del que te has hecho "amigo". Digo yo que eso de la amistad es cosa de dos, porque por muy amigo que quieras ser de algo o alguien, si no hay reciprocidad más que amigo eres "fan", pero claro eso ya no se vende tanto. La palabra "fan" la tengo muy devaluada porque me recuerda a quinceañeras histéricas tirándose de las trenzas en un concierto de "Los Pecos". En cambio, amigo es otra cosa más profunda, más vinculada al corazón, más cercana al alma, que hace brotar sentimientos.

El amigo es una cosa muy seria como para jugar con ella, aunque sea con sólo la palabra.