Un día de primavera, mi padre llegó a la casa muy contento. Un cliente de la imprenta le había mandado unos originales desde el pueblo almeriense de Doña María y la carta le había llegado. Nada extraño en una época en la que Correos funcionaba, si no llega a ser porque en el sobre las únicas señas que aparecían escritas eran “Bretones” y la localidad de destino: “Almería”.
En un alarde de profesionalidad, quizás por el remitente, quizás por la costumbre o por la frecuencia en recibir cartas, el caso es que la sobre con los textos llegó felizmente a sus manos.
Hoy pones en una carta sólo un apellido del destinatario y la localidad donde reside y hasta el león con la boca abierta que hace de buzón en el cochambroso edificio de Correos se parte de risa y te la escupe a la cara. Desde que llegaron los códigos postales, los sobres de auto franqueo, los sobres verdes y los números de carnicería para esperar a que te cobren, el servicio universal postal ha cambiado. Aquellos carteros con uniforme de cartero y sacas de cartero han desaparecido. Es verdad que, por el peso de la correspondencia, casi todos terminaban lisiados de la espalda, pero no había un destinatario que se quedara sin recibirla. Hoy se te olvida poner el cerillo al piso donde vive la persona a la que le escribes y la carta queda huérfana y desprotegida en el portal de la vivienda, pinchada en el pico de un buzón ajeno. Es verdad que los medios tecnológicos y de transporte han mejorado el trabajo a los carteros; ahora van con motillos en lugar de ir caminando o tirando de carritos, en vez de cargar sacas.
Cuando por las tardes veo las Piaggio amarillas de Correos subir a toda velocidad la zona peatonal de la Plaza Marqués de Heredia, sorteando niños con bicis y niñas con patinetes, pienso ingenuamente que portan cartas urgentes en su maletero para entregarlas cuanto antes a sus destinatarios. Pero parece que no; que atraviesan por la plazoleta para llegar rápido al final de su jornada. Eso me dijo el padre de una chiquilla que, pacientemente, apunta las matrículas de las motillos que ve rodar por la plaza peatonal a todo guiñapo. “Por si un día pasa algo…”, dijo.
Comento esto porque el otro día envié una carta urgente a una dirección de la propia capital y la amable señora que me atendió dijo que, a pesar de su tasa de urgente, no llegaría al día siguiente y quizás tampoco al otro porque era sábado, ya que eran las siete y media y el envío ya había salido a Granada.
- ¿A Granada?, pregunté. Pero si la carta va cuatro calles más allá…
- Sí, pero todas las cartas que salen de Almería van a Granada, aunque el destinatario sea de Almería….
Me fui sin entender nada y acordándome de cómo aquella primavera mi padre llegó feliz porque recibió una carta en la que sólo ponía “Bretones” y “Almería”.
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