Al falso progresismo nunca le ha gustado Manolo Escobar. Éso de que la letra del “¡Viva España!” (“Entre flores, fandanguillos y alegrías/ nació en España la tierra del amor./ Sólo Dios pudiera hacer tanta belleza/ y es imposible que pueda haber dos”) hablara de Dios, del amor, de la unidad de la Patria y de España era demasiado para un progresista de pro.
Luego, quienes presumían en el bar de llevar en el coche
los “casettes” de Serrat, Aute, Víctor Jara o Pablo Milanés, oían “El
Porompompero” en la soledad de los semáforos en rojo o de las curvillas del
Cañarate. Cuando, una vez, tuve que viajar en un vehículo de alta gama propiedad
de uno de estos falsos progresistas, observé que llevaba no uno, sino tres
álbumes de Manolo Escobar en la guantera del salpicadero. Conforme los descubría
y sin inmutarse, me dijo, torciendo su cuello, que los utilizaba como método
educativo para sus alumnos ya que las letras de sus canciones “testimoniaban
épocas pretéritas”. “Éste imbécil se cree que yo soy tonto”, pensé mientras el
susodicho rojo ponía en el radiocasete la cinta de L´Estaca del afrancesado –en
todos los sentidos- Lluis Llach. Menudo viaje me dio, con lo que podíamos haber
disfrutado escuchando “La minifalda”, “¡Ay, Caridad!” o porqué no “Mi Carro”.
Claro que también conozco a ecologistas convencidos que
han defendido siempre al cantante almeriense por su defensa de lo natural,
frente a los potingues artificiales de laboratorio: “No te pintes en la cara/colores artificiales /que los tuyos son
bonitos /y además son naturales” cantaba el paisano en los años setenta. Un
saltimbanqui antiguerra, de ésos que sacaron el pescuezo en la época de Aznar,
me confesó que cantar esa letra era un desafío a las grandes multinacionales de
los cosméticos y que, sólo por eso, Manolo Escobar merecía su admiración eterna.
En 2006, cuando el equipo del anterior rector de la
Universidad de Almería, Alfredo Martínez Almécija, tuvo la valentía de otorgar
a Manolo Escobar el escudo de oro de la institución, ya tuve la oportunidad de confirmar
cómo el ejidense levantaba admiración en todos, incluido los “falsos
progresistas”. Quienes no acudieron al acto de imposición de la condecoración
por no molestar a sus ideólogos de izquierdas, abordaron al paisano por
pasillos, escaleras, esquinas y estancias de la Universidad para saludarlo,
fotografiarlo y abrazarlo. Más de veinte minutos tardó en recorrer unos pocos metros
hasta llegar, ¡oh sorpresa! al aula de música, donde los jóvenes artistas
dirigidos por el profesor Juan Muñoz le recibieron con los acordes de sus
canciones. Y Manolo Escobar, rodeado de fans y de fans que nunca reconocerán
que lo son, comenzó emocionado a cantar “¡… Y Viva España!” (La gente canta con ardor /"Que Viva
España"./La vida tiene otro Sabor/ Y España es la Mejor).
Descansa en paz, maestro; paisano.