domingo, 7 de abril de 2013

Mi padre tiene poderes


Como ahora hay que guardar cualquier papel que refleje la acción más cotidiana, la casa se convierte en un gran archivo. Los cajones son una inmensa memoria de tiquets, facturas, albaranes, garantías, cajas de cartón, recibos y comprobantes. Te los exigen para justificar un gasto, cambiar un artículo defectuoso, canjear un premio ridículo o, simplemente, hay que conservarlos varios años por si un tocapelotas de Hacienda se acuerda de tu NIF. A una cajera del Carrefour le pagas con la Visa y con el recibo de la firma te entrega una colección de papelillos con rebajas, saldos acumulados, ofertas y promociones que no sabes dónde meter. A más de uno le he visto salir del hiper con los papelitos atrapados entre los labios, agobiado entre tanta bolsa, el carro y las llaves del coche colgadas del meñique. Luego, compruebas que el descuento no te sirve, salvo si compras en enero unas chancletas de playa de color lila y la oferta tampoco te viene bien porque tendrías que desayunar mermelada amarga de zarzamora salvaje durante dos meses, para acabar el bote. El caso es que te han colmado de papeles inútiles.

Las estadísticas nos dicen que una familia de tres miembros puede consumir al año más 500 kilos de papel; no me extraña, pues, que los ecologistas –los de verdad- manden notas de prensa denunciando tan elevado derroche. Pero, claro, los papeles suelen guardarse escritos, impresos o firmados y realmente su valor no es ya por su gramaje, color o forma, sino por el mensaje que contienen. “Las palabras vuelan, lo escrito queda”, decían los antiguos.  Precisamente por eso, por el valor de su contenido, los papeles asustan a los políticos incumplidores, ilusionan a los ilegales de la patera, atrapan a los funcionarios inútiles o corruptos y hacen vociferar a los conductores irrespetuosos.

Y como el papel lo aguanta todo, si quiere saber cómo va, de verdad, la economía no haga caso de los números del Gobierno. Rebusque los papeles con el importe de las compras del Alcampo o del Mercadona, de hace seis o siete meses, y compárelos con el último que tenga. Ése es el IPC que vale, no el de los “84 bienes seleccionados a partir de la Encuesta Continúa de Presupuestos Familiares (ECPF)”, que emplea el Ministerio para obtener un índice de precios al consumo, siempre inferior a la realidad.

Con esas subidas reales de precios, ni estirando los papelitos de los euros acabamos el mes con liquidez. Vamos, no llega ni el padre que salía en el anuncio del Volkswagen Touran, uno que aparca solo y casi conecta con la Muñiz para pagar el tique de la ORA. Y eso que el hijo del anuncio lo confesaba: “Mi padre tiene poderes”. Pues, majo, ni los poderes de tu padre aguantan estos precios.

 

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