Todavía me estoy riendo. Tengo la costumbre de leer el
nombre del autor de una información antes de saber qué dirá en el cuerpo de la
noticia o en el artículo. Sólo con la firma ya sabes por dónde van los tiros y,
claro, en ocasiones es mejor pasar la página del periódico. Hay autores que
llevan, no ya años, sino décadas diciendo lo mismo; lo único que han cambiado
es la foto que acompaña a su nombre. Antes salían con la mano izquierda
tocándose la barbilla y desde hace unos meses lo hacen con la derecha. Pero, a
lo que voy, me río por la nula originalidad que determinados redactores provinciales
emplean para firmar con seudónimo.
Ya sabemos que, en algunas ocasiones y en
contra de nuestra ética profesional, en las redacciones no hay más remedio que
inventarse una carta al director para rellenar un hueco o defender egoístamente
un asunto personal y firmarla con un nombre inventado. Pero el seudónimo ha vivido
tan ligado al periodismo que forma parte de su gran historia (Azorín, Clarín,
Alejandro Casona, Paco Umbral, Cándido…) ; que se lo digan a Antonio López De
Zuazo Algar que hace cuatro años editó un libro de casi trescientas páginas con
5.000 seudónimos de unos 3.500 periodistas y colaboradores españoles. En muchos
casos, el seudónimo protegía la identidad del autor si su obra suponía un
riesgo por razones políticas o sociales.
En Almería, el seudónimo periodístico también ha estado
ligado a buenos profesionales del siglo XX que, en condiciones muy difíciles,
sacaban ediciones diarias dignas y muy bien escritas. Ahora mismo me viene a la
cabeza “Volapié”, “Juan Martimar”, “Juan Er Verdaero”, “Uno”, “Eme-Erre”, “Rosa
Macua”, “Fray Lukas”, “Jomaro” o “Equis”, cuyas secciones “Buenos días”, “Perfil
del día”, “Almería nuestra” o “Bajo el Manzanillo” pulsaron el latir de la
ciudad durante muchos años. Hubo más, pero...
Hoy, el seudónimo de nombre
corto, potente, casi con la fuerza de una marca comercial y que escondía una
identidad difícil de averiguar -si no se estaba en el “ajo”- se ha tornado en
nombres inventados de presuntos periodistas que, en este caso, esconden a otros
veteranos y “rabúos”. En muchos casos, el seudónimo oculta la identidad del
autor porque éste considera indigno de su presunta reputación firmar con su
nombre una nota de prensa remitida por un gabinete de comunicación o la reseña de
las fiestas de un pueblo. Lo dicho; todavía me estoy riendo.