jueves, 28 de febrero de 2013

Seudónimos periodísticos


Todavía me estoy riendo. Tengo la costumbre de leer el nombre del autor de una información antes de saber qué dirá en el cuerpo de la noticia o en el artículo. Sólo con la firma ya sabes por dónde van los tiros y, claro, en ocasiones es mejor pasar la página del periódico. Hay autores que llevan, no ya años, sino décadas diciendo lo mismo; lo único que han cambiado es la foto que acompaña a su nombre. Antes salían con la mano izquierda tocándose la barbilla y desde hace unos meses lo hacen con la derecha. Pero, a lo que voy, me río por la nula originalidad que determinados redactores provinciales emplean para firmar con seudónimo.
Ya sabemos que, en algunas ocasiones y en contra de nuestra ética profesional, en las redacciones no hay más remedio que inventarse una carta al director para rellenar un hueco o defender egoístamente un asunto personal y firmarla con un nombre inventado. Pero el seudónimo ha vivido tan ligado al periodismo que forma parte de su gran historia (Azorín, Clarín, Alejandro Casona, Paco Umbral, Cándido…) ; que se lo digan a Antonio López De Zuazo Algar que hace cuatro años editó un libro de casi trescientas páginas con 5.000 seudónimos de unos 3.500 periodistas y colaboradores españoles. En muchos casos, el seudónimo protegía la identidad del autor si su obra suponía un riesgo por razones políticas o sociales.

En Almería, el seudónimo periodístico también ha estado ligado a buenos profesionales del siglo XX que, en condiciones muy difíciles, sacaban ediciones diarias dignas y muy bien escritas. Ahora mismo me viene a la cabeza “Volapié”, “Juan Martimar”, “Juan Er Verdaero”, “Uno”, “Eme-Erre”, “Rosa Macua”, “Fray Lukas”, “Jomaro” o “Equis”, cuyas secciones “Buenos días”, “Perfil del día”, “Almería nuestra” o “Bajo el Manzanillo” pulsaron el latir de la ciudad durante muchos años. Hubo más, pero...
Hoy, el seudónimo de nombre corto, potente, casi con la fuerza de una marca comercial y que escondía una identidad difícil de averiguar -si no se estaba en el “ajo”- se ha tornado en nombres inventados de presuntos periodistas que, en este caso, esconden a otros veteranos y “rabúos”. En muchos casos, el seudónimo oculta la identidad del autor porque éste considera indigno de su presunta reputación firmar con su nombre una nota de prensa remitida por un gabinete de comunicación o la reseña de las fiestas de un pueblo. Lo dicho; todavía me estoy riendo.

lunes, 18 de febrero de 2013

La renuncia de Benedicto XVI y el poder de los medios

Minutos después de que Benedicto XVI anunciara que, de nuevo, se convertirá en Joseph Ratzinger los medios de comunicación digitales lanzaron ediciones extras para informar de la noticia. Hacía tiempo que una, de esa trascendencia y calado, no hacía vibrar a los periodistas en las redacciones.

 

La sorpresa del anuncio movilizó a fieles y a detractores de la Iglesia de forma instantánea, provocando reacciones diversas en las capas sociales, institucionales y políticas de todo el mundo. Notas de prensa oficiales, declaraciones institucionales e, incluso, manifestaciones llenas de desprecio como las de Cayo Lara quien dijo que el sucesor será varón y viejo… Cosa más tonta de político…

 

El caso es que los medios de comunicación audiovisuales –sobre todo la televisión y también, cómo no, internet- se encargaron de difundir la renuncia casi en directo; los más rápidos editaron monográficos y los más avispados mandaron a Roma a sus periodistas-estrella –como Matías Prats- para que presentaran desde allí el informativo de la noche. Los medios de papel tiraron de agenda y de cristianos de base para ofrecer un enfoque más cercano y pese a la consabida rapidez hubo tiempo para pensar magníficos titulares de primera página; claro, en consonancia y acordes a la ideología del medio: “El Papa libre” (sin coma), de ABC; “Huérfanos del Papa” de La Razón; “Benedicto XVI entra en la historia” de La Vanguardia; “El Papa, agotado, se va” de La Voz de Galicia; “Expapa” de Ara… Término éste que incluso provocó que la Fundación del Español Urgente nos enviara a los periodistas inscritos un correo explicando que el término “Expapa” es correcto.

 

Al igual que sucedió con la agonía y muerte de Juan Pablo II y el inicio del posterior Cónclave Cardenalicio, los medios de comunicación han hecho posible que miles de millones de personas vivan, casi al instante, la sucesión de unos hechos que no ocurrían desde hacía siglos: la renuncia de un Papa. Que ancianas de lugares remotos del planeta sepan lo manifestado por el Papa en el Vaticano, un rato antes, es un hecho extraordinario que explica en su máxima expresión el poder de los medios de comunicación. Es más, la fuerza imparable de la prensa convierte a un pastor de almas en objeto de críticas o de sumo respeto, sencilla y llanamente porque su ventana está abierta o cerrada a sus feligreses cuando las televisiones y las radios emiten en directo a los pies de su Palacio, o desde las terrazas de los edificios vaticanos.

 

Juan Pablo II asumió y se aprovechó del extraordinario impulso que la radio, la prensa y, sobre todo, la televisión, dieron a su labor evangelizadora; lo que él mismo denominó el "poder evangelizador de los medios". A tal punto que Karol Woijtyla se reveló a lo largo de su Pontificado líder de audiencia y su funeral fue, hasta su celebración en 2005, el acontecimiento más visto de la historia de la televisión, pulverizando cualquier "share".

 

Benedicto XVI, de otra forma, tampoco se olvidó de los medios digitales; aunque a pesar de su breve presencia en la red, quedará como el primer Obispo de Roma en usar Twitter. Fue el 12-12-12 y la foto del Santo Padre tocando con su dedo índice una tableta, abría una nueva era en su comunicación por las redes sociales, llegando por primera vez directamente y con un texto breve al ordenador o al teléfono móvil de millones de seguidores en Twitter. El primer paso ya se ha dado. Ahora resta que el sucesor consolide la línea de comunicación iniciada y potencie, con ello, la proximidad de la Iglesia a los ciudadanos.